Dicen que la alegría va por barrios, pero cuando hablamos de la monarquía española es mejor ir calle a calle, puerta a puerta, analizando cada situación. La imagen del pasado 20 de diciembre en el cumpleaños de la infanta Elena, con todos los miembros del clan reunidos en un restaurante, dibujaba una estampa idílica, pero irreal. Y la fantasía se puede analizar desde muchos puntos de vista. El principal, el festival de sonrisas impostadas, cuando toda España y medio mundo saben que se detestan. O por ejemplo, las únicas ausencias: la princesa Leonor y la infanta Sofía. La inmolación de Letizia y Felipe por el escándalo Jaime del Burgo no incluye a las hijas, el futuro de la casa y de la institución. No quieren intoxicarlas con los pitotes familiares. De momento.
Aquella comida también nos dejaba imágenes como la de la infanta Cristina cabizbaja, triste y seria antes de llegar a la cita; los problemas con Iñaki continúan y amenazan la estabilidad con sus hijos. Felipe tampoco era la alegría de la huerta, antes de plantarse en la entrada del local con su mujer acusada de adúltera. Después tenemos pequeños esperpentos, como el del saludo secreto y masónico de Elena con Juan Carlos. Y también a Sofía, en aparente calma pero con sus rollos. Sofía, la del look lleno de colgantes. Su cuello sufre, y de lo lindo.
La griega no se ha enfrentado a los embates de la vida con determinación ni valores. Al menos no para resolver de una manera digna su situación de mujer despreciada por su marido. Ganas de mandar Juan Carlos a hacer puñetas no le han faltado nunca: poco después de ser coronados, quiso sorprenderlo con una visita sorpresa a una supuesta cacería en Toledo. Como recuerda otra vez hoy Jaime Peñafiel en 'LOC', lo que encontró al llegar fue a Juan Carlos con otra señora. Cogió el petate, los niños y su cólera y se marchó a Madrás, en la India. Después, reculó. Porque la única firmeza ha sido su papel de consentidora: cuernos por un título de reina, un estatus y un nivel de vida. Así le ha ido: mal. Solo le quedaba un consuelo: confiarlo todo a la providencia, a la suerte, a fuerzas invisibles e incluso esotéricas.
Cosas como ovnis, ciencias ocultas, parapsicología... Son las aficiones de la reina emérita desde tiempos inmemoriales. Y un motivo de sorna para su marido, que explica Pilar Eyre que "se burlaba de ella, le horrorizaba". Los colgantes, amuletos y talismanes entran dentro de esta categoría, y resulta que hace unos días, en la citada comida familiar, exhibió toda la colección. 'LOC' amplía el inventario, incluida la parte religiosa: "Unos ojos turcos, de propiedades protectoras contra el mal de ojo, la envidia y la mala suerte. Una cruz griega, una figura que parece un moderno Cristo crucificado, un trébol de cuatro hojas y otras cruces católicas al uso. Casi todo de oro amarillo, vemos varias medallas sin lograr identificar las correspondientes vírgenes, aunque en una de ellas se lee la letra S, inicial de su nombre. También se ve un colgantito que parece tener la forma de la isla de Mallorca... ¿o quizás es el mapa de España de lado?" Tampoco es causalidad: palabra de Pilar Eyre: "Llevar ahora tantos abalorios no deja de ser un acto de rebeldía frente a su marido". La guerra no cesa nunca. No engañan a nadie.
Mirad los colgantes que lleva la reina Sofía. pic.twitter.com/u41xWVy65V
— Pilar Eyre (@pilareyre) December 20, 2023