Felipe VI ha puesto un océano de distancia del huracán sentimental que sacude a la Familia Real. Mientras que su hermana Cristina y su cuñado Iñaki Urdangarin anunciaban que se separan a raíz de las fotografías del vasco con otra señora, el monarca volaba a Puerto Rico en el primer viaje oficial de 2022. Lo hacía solo, con Letizia en Madrid atendiendo otros compromisos de su agenda. La visita a la isla caribeña, un estado libre asociado (como el que propuso el lehendakari Ibarretxe para Euskadi, y por eso se lo cargaron) es sólo la primera parada de una breve gira que acabará en Honduras, en la toma de posesión de la nueva presidenta Xiomara Castro. Ya está en San Juan, donde tardó muy poco en protagonizar una curiosa estampa.
El Borbón ha sido recibido de forma muy ceremoniosa por las autoridades del país, cosa que no se puede decir de parte de su población, que le enviaron un mensaje bastante contundente horas antes de su llegada: el pasado colonialista español no les hace nada de gracia. Lo demostraron derribando una estatua de Juan Ponce de León, primer gobernador español de Puerto Rico, un lugar que estaba dentro de la ruta pensada por el rey para dar un paseo. Los asaltantes la destrozaron a conciencia. Un 'Bienvenido, Mr. Felipe' a la inversa y a la brava.
Una actitud que evidentemente no ha sido la demostrada por el gobernador Pedro Pierluisi, que le ha dado la bienvenida de forma solemne. Una guardia de honor, la interpretación de los himnos, las tres banderas ondeando con la brisa del mar, todo ideal. Ideal, pero llamativo. Será de las pocas veces que verán una cosa igual: todo un rey de España firme ante una estelada. La bandera de Puerto Rico, efectivamente, que junto con la de Cuba inspiró a Vicenç Albert Ballester para crear la enseña independentista catalana que provoca urticaria y terrores nocturnos en España.
La estampa da gusto. Un rey intransigente y hostil con la República Catalana teniendo que tragarse su orgullo y demostrando respeto por una bandera que simboliza el separatismo de la Corona española. Fue izada por primera vez en 1897, meses antes que Puerto Rico dejara de ser parte de España. Para acabar de arreglarlo, el viento que hacía bailar las 3 banderas (la de los EE.UU., España y Puerto Rico) provocaba la superposición juguetona de los colores y un efecto óptico familiar para los indepes... y para los españolistas. Sensacional.
Ya no podremos decir "nunca he visto al rey de España cuadrándose ante una estelada". No ha tenido más remedio.