El rey Juan Carlos, después de muchos años moviendo la cola, ha hecho muchos amigos, dada su posición. Amistades dentro del mundo de las realezas y sobre todo, las que más le gustan al emérito, amistades de su día a día de fiesta e fiesta, yendo de regatas o poniéndose como el quico en diferentes comidas y festines pantagruélicos. Al Borbón le gusta la fiesta e ir a cenar, y lo que surja, sobre todo antes, cuando su cuerpo se lo permitía y no tenía que ir con las muletas arriba y abajo. Si las paredes de muchos locales hablaran...
Entre el gremio de la restauración, especialmente, de la restauración de Madrid, el padre de Felipe ha tenido algunos de sus amigos más especiales. De uno de ellos se han acordado en Vanitatis, alguien que era muy especial e icónico. Hablamos de José Luis Ruiz Solaguren, un prestigioso hostalero vasco que se marchó a Madrid, donde hizo fortuna gracias a un local mítico de la capital española, la cervecería José Luis, en el número 91 de la calle Serrano, que abrió sus puertas en 1957. Especialmente famosos se hicieron sus pinchos de tortilla o de merluza rebozada, que "contribuyeron decididamente a consolidar la leyenda". Medalla de oro al mérito del trabajo 1999 del Ministerio del Trabajo y Asuntos Sociales, abrió muchos locales, restaurantes, cervecerías, servicios de catering, bodegas, escuelas de hostelería... antes de morir en el 2013 a los 84 años dejando un enorme legado a sus cinco hijos.
Un hombre a quien no le gustaba que le dijeran restaurador y sí tabernero, que "conocía a los clientes por su nombre", y que tenía una relación especial con el rey Juan Carlos, habitual de sus locales. Durante muchos años se servía su catering en la celebración por el santo del rey Juan Carlos en los jardines del Palacio Real y que con el tiempo desarrolló una gran amistad con el Borbón. Según los familiares de José Luis, "el rey le apreciaba mucho y le buscaba para descansar"... Literalmente. Y es que atención a lo que revelan. Por lo visto, el tabernero era un gigante de la restauración, pero no era demasiado alto de altura. El rey Juan Carlos sí, 1,88 antes de empezar a ir curvado. Y cuándo hacía celebraciones, atención a qué hacía con su amigo: el rey tenía que saludar a muchísimas personas y había desarrollado la costumbre —medio en broma, medio en serio— de apoyarse en José Luis, que era mucho más bajo".
Aparte de utilizarlo como muleta, también explican que los dos amigos intercambiaban a menudo corbatas. Un José Luis de quien los hijos confirman otra de las anécdotas que siempre ha sobrevolado encima de su nombre, en torno a la Constitución de 1978: "Los padres de la Constitución se reunían en el local de Rafael Salgado para darle forma. Los propios reunidos contaban que si la Constitución de 1812 se había llamado La Pepa por firmarse el día de San José, la de 1978 tenía que llamarse La Pepa Luis porque el borrador definitivo se cerró en el salón privado del primer piso de Jose Luis".