La historia reciente de la monarquía española se puede explicar de muchas maneras. Si hacemos caso, por ejemplo, del veterano Jaime Peñafiel, la cosa está clara: todo se fue a hacer puñetas cuando entró en juego Letizia Ortiz. La malísima de un cuento que pasó de hadas... a un thriller terroríficamente cómico. 3x1. Letizia vio claro que, en aquella casa y aquella Corona, el patriarca chirriaba como el que más. No sólo en cuestiones de índole personal y sentimental, que también. Está claro que el tiempo parece darle la razón: tiene al suegro Juan Carlos huido a miles de kilómetros mientras regulariza fortunas por sorpresa. Lejos, muy lejos. La que no se ha marchado, aunque sea una presencia incómoda, es Sofía, la emérita, a la que escondieron de vacaciones en Marivent. Hacía semanas que no participaba de ninguna actividad de aquellas habituales en la agenda de Zarzuela. Felipe y su mujer la controlan al milímetro, y ella lo sabe. Por eso tiene claro a quién tiene que hacer el juego y a quién no: y el afortunado no es, ni mucho menos, su marido infiel.
Sofía quiere ganarse la confianza del hijo y de su nuera, que sepan que ella remará a favor de la institución para no desgastarla más, a priori. Bastante está haciendo Juan Carlos para la llegada de la III República. Ha tenido que sufrir demasiadas humillaciones a lo largo de su matrimonio como para dejar que el "chollo" se esfume. Eso quiere decir hacer la pelota a los actuales reyes, que según el 'juancarlismo' son los causantes de todos sus males: han permitido que lo destierren, lo han repudiado vía comunicado, lo han dejado sin paguita... La relación de Letizia y Juan Carlos siempre ha sido pésima. La suya no ha sido mejor, como vimos en la Catedral de Palma con las infantas haciéndole un feo para la historia, pero vaya: 'pelillos a la mar'. El ojo del huracán se está tragando a Juanito, y hay que aprovechar la oportunidad.
El gesto que ejemplariza este 'sálvese quien pueda' se ha podido interpretar durante la reaparición de Sofía en un acto público: una videoconferencia con los patrones de la Escuela Superior de Música, una de los ocupaciones tradicionales de la griega. Se trataba de un broche, una joya, en la solapa de la chaqueta. Como explica Vanity Fair, el mismo que lució hace casi 18 años, durante la foto oficial del compromiso entre Felipe y Letizia. Un matrimonio que ha sido definitivo para la buena fortuna de Juan Carlos. Las uvas de oro y amatistas con las que se celebraba el futuro de la Casa Real tienen este 2021 otra lectura: las uvas de la ira, con permiso de Steinbeck.
El o la que quiera cobijo en Zarzuela, ya sabe qué le toca: proselitismo y barrer hacia casa. O mejor dicho: sacudir la porquería hacia el desierto de los Emiratos.