Los reyes eméritos hace años que no se dirigen la palabra. No se soportan. Juan Carlos ha sido el peor marido posible para Sofía, humillándola con una insistencia desmesurada. Pero, ¡oh, milagro! El emérito vuelve de fin de semana de amigotes a España y, en su agenda, ha reservado un pequeño hueco para su esposa justo antes de coger el vuelo hacia su nuevo país de acogida, los Emiratos Árabes. La cosa tiene bemoles, suena a 'susto o muerte'. El susto, verse cara a cara con la mujer con la que se casó hace 60 años. La muerte... la muerte sería tener que encontrarse con Letizia. Por eso ni la menciona en el comunicado de la Casa Real, paradójicamente supervisado por el jefe de Zarzuela: Felipe VI. Ha permitido la ridiculización pública de su mujer. De tal palo...
Eso no quiere decir, evidentemente, que el patriarca Borbón y la consorte no coincidan el lunes en Madrid. Conociendo Letizia es seguro que estará allí plantada, desafiante, incomodando al emérito y haciéndole ver que no es bienvenido en aquella casa. O eso o podremos cantar aquello de "ésta no se mi Leti, que me la han cambiado". Sería el giro copernicano más salvaje desde la Creación el de ver a la parejita charlando amistosamente, como si fueran buenos amigos y familiares adorados. Claro que, tratándose de la Casa Real, podría pasar cualquier cosa. Ni los mejores guionistas podrían haber diseñado un disparate como el de esta familia y esta institución. El lunes tendremos emociones fuertes. Y vete a saber si una sorpresa en forma de espantá.
Visualicen por un momento que el lunes Juan Carlos, efectivamente, se presenta en su antigua casa y acaba conversando con la reina. Pero no con la que pensaba, claro, porque Sofía no está. Todo podría ser, porque resulta que el entusiasmo por la llegada de Juanito es igual a cero patatero por parte de su mujer. ¿Por qué lo decimos? Porque tiene su gracia que, una vez anunciado el retorno del huido, la señora ponga todavía más distancia entre ellos. Un océano, de hecho. Mientras él vuela hacia Galicia, ella hacía lo mismo en dirección opuesta. El destino, Miami. Allí está presidiendo los actos del quinto centenario de la primera vuelta al mundo de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano. Una visita en la que ha subido al buque escuela homónimo, aquel tan famoso por servir para transportar toneladas de estupefacientes. Pero vaya, que Sofía bien podría haber utilizado cualquier otra excusa para largarse en una fecha tan señalada. Todo es mejor que esperar sentada y ver la exhibición de su cónyuge. Tiene que volver el domingo, unas horas antes reencontrarse con él. Ahora imaginen por un momento que, mala suerte, el vuelo sufre una avería, hay huracanes en la zona o que la veterana monarca se tuerce un tobillo o se rompe una uña. Vaya, que no puede volver. Plantón en toda regla. Mirándolo bien, es lo que se merece a Borbón.
No pasará, claro. Sofía es una profesional de la realeza y una mujer capaz de tragarse los marrones más descomunales. Ahora bien, la procesión interna es otra cosa. Y con la cara paga. Su rostro durante las primeras horas de estancia en Florida ha sido de inquietud, de circunstancias. Cara de póker. Quizá se acababa de enterar del comunicado de la Casa Real y de la llamada del padre al hijo, avisando de que ya estaba de camino. Un euro por los pensamiento de la emérita. Tan fina y educada como la consideran, seguro de que por su cerebro han pasado unos cuantos tacos. En griego, en inglés y en castellano.
Juan Carlos, la gota malaya. Siempre tocando aquello que no suena. La peor parte, como siempre, para su mujer. Eso le pasa por no divorciarse.