Gala solidaria contra el cáncer de mama en Madrid. Un baile al que asistió la flor y la nata de los VIPS, así como otros personajes de la farándula que no pasan de 'wannabes'. En este último apartado hay competencia por la corona, pero es justo otorgarla a la única asistente presente en la línea de sucesión del trono español: Victoria Federica. De eso vive esta joven, de tener unos apellidos poderosos. Si fuera "mortal", pasaría hambre. Cuando menos, en aquello a lo que se dedica: influencer, celebridad y presunto icono de moda.
Todos sabemos, incluso ella, que su actitud prepotente, una mala educación galopante y una preparación más que deficiente no serían aceptables si no fuera sobrina y nieta de reyes. Ni las marcas la llamarían, ni la invitarían a ningún acontecimiento y, por descontado, la prensa cortesana no le haría la pelota de esta manera tan descarada. Una prensa que, sin embargo, ya le ha visto las orejas al lobo en más de una ocasión. Las faltas de respeto de la señorita son constantes. Y anoche no fue una excepción, porque Vic no cambia. Sobrada, arisca, desagradable… mis dieses.
La excusa para mantener esta conducta pueril es que la hija de Elena de Borbón y Jaime Marichalar se siente sobrepasada, que no está acostumbrada, que pasa miedo. Sí, claro. Pobrecita. Esto es tan cierto como decir, por ejemplo, que el estilismo que escogió para el baile de anoche era apropiado y favorecedor. Mentira. Se presentó como una especie de princesa Disney, con un vestido-túnica de color blanco y complementos metálicos en los brazos. Destaca la cola, gigantesca, voluminosa, exagerada. Desesperada por llamar la atención, una vez más. Quizás hay quien la corone como la más elegante y bla, bla, bla, pero la verdad es que era un cromo. Y como la actitud no ayuda, el resultado es pésimo. Compararla con Esther Cañadas, Poppy Dellevigne, Anne Igartiburu o incluso con Ana Obregón da como resultado una masacre reputacional total y absoluta.
Nada más poner un pie en el evento, la prima de Leonor se hizo notar. Protegida por su representante / guardaespaldas, que la llevaba cogida de la mano como si tuviera 4 años, no atendió a la prensa como el resto de invitados a la gala benéfica, un gesto de cortesía hacia la organización y su causa humanitaria. Eso, amiga, es el negocio al que te dedicas. Sí que se puso en el photocall para lucir el traje, por si las moscas, pero con unos cordones de seguridad a su alrededor que parecía Joe Biden llegando a Tel-Aviv. La queja de los reporteros allí reunidos fue notoria. De hecho, pasó más tiempo escogiendo lazos de color rosa (aunque todos eran iguales) que atendiendo a los fotógrafos. Dice mucho de ella, sin duda. Ahora, ya verán cómo muy pronto volverán a reírle las gracias, solo por ser familia de quién es. Patético.