Victoria Federica no se priva de nada. Su existencia es un no parar de fiestas, viajes, photocalls y novios. No está nada mal para una joven de 23 años, sin estudios superiores ni un trabajo de 40 horas semanales. Lo que sí que tiene es el apellido Borbón, una especie de llave maestra que abre las puertas de una vida de rica nepobaby. Y sabe sacarle todo el provecho posible, en esta materia se aplica con contundencia. Se ha convertido en toda una experta. Olé tú.
Olé o visca, ahora no sabemos exactamente qué interjección escoger. Porque ella es una española mucho española, como manda la tradición familiar. Especialmente entre sus parientes más próximos, como su madre Elena o su hermano Froilán. No es que sean patriotas, es que a menudo VOX les queda a la izquierda. Pero algo está pasando con ella, se está confundiendo... o está cambiando de acera. Se está pasando al enemigo, al bando catalán. Y en este final de 2023 la transformación se está haciendo más evidente. Ay, el amor. O ay, el postureo.
Victoria llegó hace unos días a Baqueira-Beret, a las pistas de esquí preferidas de pijos y royals españoles. Pernocta en la famosa y polémica casa de La Pleta, el piso que un grupo de empresarios regalaron a la Corona para que puedan disfrutar del deporte y la nieve sin tener que pagar, vaya sorpresa, ni medio céntimo. El uso de la vivienda ha provocado conflictos internos importantes: todos recordamos aquella escapada de Iñaki Urdangarin con Ainhoa Armentia y lo que provocó: el enfado de Felipe y su traslado inmediato al estilo Desokupa. Es muy probable que Vic se haya encontrado allí con algunos de los rolletes catalanes que le roban el corazón: el modelo unionista Àlex Recort o el piloto Albert Arenas. Apostamos más por el primero que por el segundo, aunque no tengamos evidencias del encuentro. Lo que tenemos, sin embargo, es otro documento.
Uno que te deja con los ojos como platos: es una prueba inequívoca del acercamiento peligroso de la Borbón a las tradiciones catalanas. Resulta que, tras disfrutar de la nieve, la joven ha ido con su grupo a Vielha, a 25 kilómetros de distancia. Después de dar un paseo por la capital de la Vall d'Aran, han entrado en un restaurante nombrado All i Oli. ¿Y qué ha hecho allí? Devorar calçots. La estampa es inaudita. Le pondremos a un 5 a su técnica: hace bien en ponerse guantes, pero el babero le pareció excesivo. No querría disfrazarse demasiado, claro. Ahora, le damos a un 10 en un apartado: el lingüístico. Ha escrito correctamente "calçots" en catalán, e incluso la ubicación de la foto respeta la lengua. Ay, reina, qué te está pasando. Mira que te llamarán la atención en casa... y en la del tu churri, que ya sabemos de qué pie calza. Y no sería exactamente el de las cuatro barras. En todo caso, bienvenida al mundo real.