Una vez, puede pasar. Dos, dices venga, va, concéntrate un poco. Tres ya huelen. Cuatro es ofensivo y pasarse todo por el arco de triunfo. Pues bien: Victoria Federica de Marichalar y Borbón está todavía más allá. La sobrina de Felipe VI se comporta de forma impresentable, temeraria e insolidaria, sin ningún tipo de respeto por las normas para frenar los contagios por coronavirus. Ha vuelto a pasar, en una nueva farra con su chico disc-jockey, Jorge Bárcenas. Todo por la fiesta. Y al resto, que le den pomada.
Vic no tiene bastante con tarjetas opacas regaladas por el abuelo corrupto, yeguas "de gratis", saltarse el confinamiento cuando le da la gana, ir de la mano de Froilán aparcando el coche en zonas de minusválidos. No, ella es una rebelde sin causa, pero muy rebelde. Ni mascarilla, ni toque de queda, ni distancia de seguridad. Tampoco tiene vergüenza. Ha sido pillada nuevamente en un bar de copas más allá de las 12 de la noche, de donde han sido desalojados por efectivos de la policía municipal de Madrid. Al salir del local, empezó a dar besos a los colegas sin ningún tipo de protección. Lo único que se protege es su cara de cemento, pero para intentar no ser fotografiada en el coche del novio. No lo consiguió, claro. Eso sí, la poca vergüenza que demuestra es proporcional a la exhibición de símbolos fachas: el vehículo de Bárcenas va hasta arriba de banderitas. Debe ser asustan al virus.
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Ni oficio, ni beneficio, ni conciencia. Sólo juerga y fanfarronadas. Esta es la quinta en la línea de sucesión del trono español. Poco les pasa.