El informe sobre la vida laboral de Victoria Federica Marichalar y Borbón es, literalmente, un lienzo en blanco. Con alguna salpicadura fugaz de simulacros de alta en la Seguridad Social, como haber hecho una campaña para una marca de gafas o ir a grabar 'El Desafío' una semanita. El 99% por ciento de la superficie restante, inmaculada. Y así seguirá, porque ni el presente ni el horizonte de la sobrina del rey Felipe VI apunta esta vía. Ella vive continuamente de vacaciones. Cuando acaba unas, necesita nuevas para descansar de las anteriores. De viajes, de toros, de juergas, de Feria de Abril. De alguna reunión familiar, de rolletes y aventuras pasionales. Ah, sí, y de inundar los servidores de Internet de fotos y stories en redes sociales. Aburridas, todas iguales, a pesar de los estilismos diversos que luzca. La realidad es única: Vic, como influencer, es un plomo.
El interés mediático que genera el personaje es el morbo. También la expectación, y la expectativa, de que la líe gorda con alguna de las peripecias marca de la casa. Hablamos de una reina del escándalo royal, considerada como tal incluso dentro de su familia, con la etiqueta de mala influencia y problemática. Es, junto con su hermano Froilán, todo aquello que una madre como Cristina o Letizia no quieren para sus hijos. Hay una explicación para esta conducta de Victoria Federica, y que tiene que ver con la educación, los valores y la exigencia que ha vivido en casa. Tres elementos fracasados, generando una nini nepobaby digno de salir en la enciclopedia. Y además, altiva, maleducada e incapaz de madurar mediáticamente, lo mínimo que se le puede exigir a un personaje bien situado en la línea de sucesión del trono español, y que vive del cuento y del bolsillo de otros. Pues no hay manera. Siempre igual.
Como no se ha rascado un pie lo suficiente durante sus 23 años de vida, Victoria Federica se coge el puente de los madrileños, el del 2 de mayo. Acompañada de su legión de groupies ha escogido Sanlúcar de Barrameda, en Cádiz, en la desembocadura del Guadalquivir. Están instaladas en un casoplón, como siempre, acompañadas de muchos amigos de aspecto pijísimo. Una piscina de grandes dimensiones, vistas al mar, una comida para muchos comensales... Que dura es la vida del royal. De sudar fuertemente la gota gorda. La residencia ha sido localizada por reporteros de agencia, que se han plantado en la puerta de entrada. Y han pillado a las tres accediendo a su interior. ¿Cómo se ha comportado la beata simpatiquísima, según Juan del Vale? ¿Ha cambiado, cómo dicen, su forma de tratar a la gente y a los medios? ¿Quien un spoiler? No.
La secuencia demuestra el carácter infantil, faltón y grosero de la hija de la infanta Elena, de la que ha heredado esta simpatía ante los medios de comunicación (que hacen la croqueta para blanquearlos constantemente, todo sea dicho). Como la puerta estaba cerrada, los informadores han tenido dos segundos para lanzar preguntas a una distancia muy próxima. Ha tenido suerte la periodista, no le ha armado un escándalo como a otras víctimas de sus humos. Pero sí que ha recibido una respuesta con un tono despectivo, cuando intentaba ser cordial e incluso pelota con ella: "Victoria, qué alegría conocerte, nunca te había visto... ¿Cómo estás?" La royal: "Pues muy bien gracias", con un pasotismo y desprecio que tiraba de espaldas. Después desaparece dejándola con la palabra en la boca. Qué ricura.
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