Sabemos que Victoria Federica pertenece a la familia borbónica, pero por su conducta pública se podría afirmar que está poseída por los personajes de Dr. Jeckyll y Mr.Hyde de Robert Louis Stevenson. Sus cambios de carácter son constantes y radicales. La puedes encontrar tronchándose de risa mientras hace el indio yendo de paquete en un patinete eléctrico (mientras infringe unas cuantas normas de circulación), y tres minutos después discutiendo con un policía municipal. O poniendo cara de superinfluencer y modelo de revista en un sarao, y en un abrir y cerrar de ojos increpando a los mismos periodistas que la siguen, la adulan y la entronizan como la it girl monárquica más guay de la vida. Su trayectoria vital, corta pero intensa, está llena de estos episodios contradictorios y viscerales.
Es lo que ha vuelto a demostrar este martes 7 de junio llegando al aeropuerto de Madrid tras unos días de escapada en los EE.UU. Concretamente en Orlando, Florida, visitando Disneyworld y otros parques de atracciones míticos. Disney, sí, el paraíso de la fantasía, la ilusión, la alegría, los príncipes y las princesas. Bueno, también hay sapos. Y brujas malvadas. De todo. Pero en general, el que visita el parque sale de allí con la felicidad de un niño. Y así ha sido, como ella misma ha retransmitido en su cuenta en Instagram. ¿El problema? Que le ha durado muy poco. Vuelve a estar de mala leche.
Después de un vuelo de unas 8 horas, previsiblemente en business o clases superiores, claro, la hija de Elena y Jaime de Marichalar ha aparecido en el aeropuerto Adolfo Suárez con un look que llamaba mucho la atención. Sí, y mira que ella lo que quería era precisamente todo lo contrario, pasar desapercibida y que nadie la mirara ni la interrumpiera en su camino. Ay, amiga, misión imposible. Son las cosas de formar parte de una familia de privilegiados de cuna y sangre, en la que no hay que pegar ni sello para tener la cuenta corriente llena, y además haber entrado en el mundo de las vanidades y las influencers. Manolete, manolete, si no sabes torear... Iba camuflada con una sudadera XXL con capucha y una mascarilla negra tapándole la cara. Podría haber colado, pero claro: su figura es reconocible, y todavía más sus bolsos de marcas de lujo y miles de euros (que le regalará papá). Un cuadro.
Si los curiosos y viajeros que circulaban por el aeropuerto (repleto, por cierto, por la fiebre viajera postpandémica y los colapsos en el control de acceso) sabían perfectamente quién se escondía detrás de este outfit, ni hablamos de los profesionales de la información rosa. Les pagan precisamente por eso, que a nadie se le olvide. Han tardado tres décimas de segundo en empezar a perseguirla, a bombardearla con preguntas sobre si tiene novio y cosas por el estilo, y ea, que la joven se ha enfadado. El show completo. Se ha enfrentado con la prensa, como recoge Chance. "¡Ostras! En la cinta no tío por favor. ¡Ay! No me hables. ¡Jo, no me metas la alcachofa en la boca! De verdad, ya ¿no?". Delicadeza total. Ya saben que a la Borbón no le gusta que le hable la plebe cuando ella no quiere, y la prensa todavía menos.
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Proponemos una humilde solución para los problemas de Vic: el exilio. Vivir fuera de España es bueno para su estado de ánimo. Mira al abuelo, que bien que está allí en Abu Dabi.