El franquismo está de aniversario. El segundo del año, de hecho, porque Franco es de los pocos seres que han muerto dos veces. La primera, el 20-N de 1975, y la segunda, durante la exhumación de la momia el 24-O de 2019. Qué tipo. Su parroquia lleva ya 45 años llorando a su ídolo. Traducido a lenguaje no facha, la efeméride es una fiesta, cuando menos por la desaparición de un dictador con las manos manchadas de sangre. Y de un hombre acomplejado, sin más gozo en la vida que destrozar la de los otros y buscar su beneficio personal. Franco, y su mujer, Carmen Polo, eran tristes y patéticos incluso bajo las sábanas, en el vis a vis.
Recoge Vanitatis un manojo de confesiones sobre la vida íntima y sexual del matrimonio fascista. Unas de las mejores, cómo si no, de Pilar Eyre, y que publicó en 'Franco Confidencial'. Explica que Paquito era una persona con un trauma: el padre era un maltratador que llegó a romperle el brazo a su hermano al pillarlo masturbándose. El sexo era un tabú, agravado por problemas íntimos del caudiilo: tenía sólo un testículo y fimosis. "Eso le produjo relaciones sexuales muy dolorosas. La relación sexual con ella fue prácticamente inexistente. Cuando el médico dijo que debía operarse, él le contestó que 'lo que había hecho Dios no debía tocarse". No estuvo nada fino, Dios, con aquella creación. Y hablamos por todo el conjunto.
Aquel 20-N se abrieron muchas botellas de cava para celebrar que, en teoría, dejaban atrás a un monstruo y a su régimen. No se consiguió todo al 100%, cierto, pero había motivos para estar felices y trempados. Y del extásis, muchos de fueron a la cama acompañados. Una lecho mucho más colorido, sano y satisfactorio que todos los clavos del Generalísimo.