Noche para la historia en el tradicional Baile de la Rosa en Mónaco. La 68.ª edición tiene estrella indiscutible: la princesa Charlene. Reaparición por sorpresa 10 años después en territorio comanche, porque se trata de un evento cinco estrellas con la firma de su cuñada Carolina, que no sería precisamente la presidenta del club de fans de la sudafricana. El robo de cartera en la Salle des Etôiles del Sporting, antológico. Y a la vista de todo el mundo. Estupefacción absoluta, 'las caras, Juan, las caras'. Charlene is back, y tiene ganas de marcha.
La princesa arrasó también en cuestiones de look: mientras la amargada Carolina iba de negro riguroso, salpicado de lentejuelas por aquello de la temática disco de los 70 y 80, la exnadadora se ponía un mono de color dorado, lleno de brilli-brilli, y una pata de elefante de dimensiones considerables. Pelo corto, nuevamente de rubia, uñas cortas con tonalidades oscuras, y un rostro radiante. A su lado el príncipe Alberto parecía un yayo, con todos los respetos. El hijo de Rainiero apretaba los dientes a la entrada de la gala, el momento más tenso de la noche. Después se pudo relajar, dejándose estimar por sus fans. Una española, la única de hecho, en esta edición.
Hablamos de la diseñadora, aristócrata y exmujer de Pedro J. Ramírez, Ágatha Ruiz de la Prada. Ella recoge el testigo de Isabel Pantoja, asistente en 2023 después de que unos amigos le pagaran el cubierto de cuatro cifras que da acceso a la cena y la juerga. En el caso del Ágatha, acompañada de su novio desde hace 2 años, José Manuel Díaz-Patón, la invitación ha llegado a través la empresaria inmobiliaria italiana Francesca Fanco, residente en el Principado, amiga de los Grimaldi y casada con jinete de éxito español. Es decir, estuvo mejor colocada que la Pantoja en la sala. Y la prueba es que la reina de los colorines pudo hacer de groupie con Alberto II. La foto dice mucho.
Ágatha confesaba hace unos días a una revista que "es un sueño case cumplido. Estoy feliz porque siempre quise ir". Seguro que era así, pero acabó desentonando. Lo decimos, principalmente, por el vestuario escogido por Ruiz de la Prada. El dress-code, así-así. Recicló uno de sus diseños de la pasarela de Madrid de hace unas semanas, un vestido lleno de lazos de grandes dimensiones y estridencia visual innegable. La paleta cromática imposible y la forma de campana del diseño tenían alguna reminiscencia discotequera, pero el conjunto desprendía aroma de fiesta infantil. No se lo curro demasiado, parece que fue allí a 'hablar de mi libro', como Francisco Umbral. Quizás no era el día, ni la noche. Pero claro, ella es así.