El palacio de la reina de corazones está alborotado. La mansión de Isabel Preysler en Puerta de Hierro, en Madrid, registra actividades inusuales. Todo empieza y acaba con la pareja de la socialité filipina, el Nobel de Literatura peruano y animador permanente del españolismo más rancio, Mario Vargas Llosa. El escritor de 86 años fue cazado por los paparazzi entrando y saliendo de casa a las 7 de la mañana, tal y como publicó la revista 'Semana' en exclusiva. Iba a pasear y, dos horas más tarde, volvía con el diario bajo el brazo. Un comportamiento repetido en diferentes días durante cerca de dos semanas. ¿El motivo de tanta extrañeza? Pues que el domicilio no era el casoplón de 5.000 m2 de su pareja, sino su piso de soltero y divorciado (grande pero dejado, han dicho) en el centro, cerca del Palacio Real. Vaya, que no dormía en casa.

La publicación no osaba afirmar que se habían separado, pero vaya, que todo hacía indicar que había crisis y de las gordas. Pocas apariciones públicas, frialdad absoluta y evidencias gráficas de la separación física. Blanco y en botella. En EN Blau se nos atrevimos a hacer pública la hipótesis de la ruptura, así como otros medios. ¿Y qué pasó? Que a la Preysler le vinieron los nervios. Y a Vargas Llosa, que comprobaba cómo ha dejado de ser una figura literaria para convertirse en una marioneta más del cuore. Interesa más verlo en chándal, con bastón y cara de hombre al que lo han echado de casa que aquello que escribe y, muy especialmente, que opina sobre cualquier tema. Triste realidad la suya.

Mario Vargas Llosa / Foto: GTRES

Isabel Preysler y su ataque de nervios al descubrirse que Mario Vargas Llosa ya no dormía en su mansión

Las pulsaciones de Isabel Preysler se dispararon. Qué vergüenza, qué imagen. Los habían pillado. Había que actuar, y tal y como predijimos en estas líneas, la confirmación o el desmentido de la historia tendría que se en su revista de cabecera. En '¡Hola'!, sin embargo, lo que encontramos fueron unas declaraciones y un relato que no se lo tragaba nadie. Especialmente porque lo que hacía era negar la evidencia: no duerme en aquel piso del Madrid de los Austrias. Que si lo habían visto era porque guarda sus libros más preciados. A las 7 de la mañana. Saliendo de casa a comprar el diario, porque no había tenido suficiente lectura. Muy extraño. Muy sospechoso. Muy... numerito. El siguiente paso, hacer que el hombre volviera a Puerta de Hierro y dejarse fotografiar como si nada hubiera pasado. Pero había pasado. Y está pasando. Porque si no es así, no se entienden otras cosas.

Mario Vargas Llosa ha vuelto a la mansión de Isabel Preysler por el alboroto / Foto: GTRES

El intento desesperado de comprar las fotos y hacerlas desaparecer llegó demasiado tarde

Leemos en Informalia una versión de la gestión que la Preysler y Vargas Llosa hicieron de esta revelación que les molesta tanto. Si Isabel explicó esta historieta como desmentido es porque era su último recurso. El primer intento de taparlo salió mal: hacer que '¡Hola'! comprara las instantáneas para esconderlas bajo llave. Un clásico del sector, ya saben. Si no hay prueba, no hay delito. ¿El problema? Que los paparazzi ya habían vendido el material a 'Semana'. Y el gol de rabona, por la escuadra y con 9 jugadores ya se lo habían colado. Su secreto había quedado al descubierto. Y sus aspavientos no hacen más que aumentar el interés de los curiosos por saber que narices se está cocinando en aquella relación. No huele nada bien, no.

Isabel Preysler / Foto: GTRES

Imaginamos a Vargas Llosa con la maleta llena de calzoncillos y calcetines arriba y abajo por Madrid, de una casa a la otra, con cara de no entender nada. El amor y la farándula son así: si no sabes torear, pa' que te metes, Mario.