Convertirse en estrella cuando eres demasiado joven puede jugarte una mala pasada. Ni siquiera hay que remitir a casos tan paradigmáticos de la cuestión como el de Britney Spears o Miley Cyrus para ver en qué puede acabar derivando todo. La cuestión es que, si hay uno de todos estos ejemplos que sobrepasa el historial del resto, es inevitable que remitamos al canadiense Justin Bieber.
Apasionado por la música desde bien pequeño e hijo de madre soltera, fue ella quien empezaría a publicar vídeos suyos versionando canciones y sembraría la génesis de un éxito sin precedentes. Acabaría fichando por una discográfica y en el 2009 ya publicaba One time, su primero sencillo y pistoletazo de salida de una carrera musical prolífica como pocas. Y el resto es historia.
Con todo, y como ya adelantábamos al empezar este mismo escrito, no siempre son fáciles de gestionar la fama y el dinero en edades tan tempranas. La polémica y la controversia acostumbran a estar servidas cuando te conviertes en figura pública y el foco mediático te sigue allí donde vayas más allá de tu trabajo como artista. Y Bieber no sería ninguna excepción. Solo tenía 18 años cuando lo acusaban por primera vez de conducción temeraria. Poco después, de vandalismo en Brasil. En julio de 2023 lo pillaban escupiendo a sus fans desde el balcón de un hotel. Un año después, acababa arrestado en Miami por circular con el coche después de haber consumido estupefacientes. Desastre tras desastre que, como es lógico, no hizo ningún bien a su imagen a ojos de un mundo que se preguntaba qué le estaba pasando al que hacía solo unos años era un ídolo adolescente al uso.
El caso es que, a pesar de que sí que remontó —e incluso pidió disculpas— después de tan comentados incidentes, es cierto que la mirada pública nunca lo ha vuelto a ver de la misma manera. Si bien no podrá quejarse nunca de un estilo de vida envidiable que comparte con Hailey Bieber, su mujer, porque el dinero le sale por las orejas, hay cuestiones que inexorablemente chirrían en su presentación de cara al público. Infinitas dudas sobre por qué se muestra, en muchas ocasiones, de una manera tan descuida.
Y es que todo el asunto es bien curioso. Ostentación empañada por un gusto cuestionable que, en reiteradas ocasiones, lo hace lucir como un absoluto chatarrero. Prendas de ropa de lujo que no denotan lujo por culpa de un aspecto que tampoco cuida demasiado, a diferencia de cómo procedería cualquier otro famoso. Parece que cómo es percibido no le acaba de importar, lo cual tampoco esconde a las redes sociales. Y eso que solo en Instagram tiene más de 260 millones de seguidores. Es fuerte.
Por si alguien no nos cree, solo hay que revisitar las últimas imágenes disponibles de una aparición suya en la calle, a la edad de 29, en las que los paparazzi captan a la perfección esta esencia de vagabundo con poder adquisitivo. Esconde el pelo, que lo lleva crecido y sin peinar —quién lo diría si rememoramos como en el pasado era indispensable para él llevarlo colocado al milímetro con aquel inconfundible flequillo peinado hacia el lado— y con una barba a clapas. Como un archipiélago, a trozos y ninguna línea trazada con gracia alguna. Un despropósito. La vestimenta, como le acostumbra a suceder, tampoco acompaña. No por nada concreto, aunque apostar por un maxibolso Louis Vuitton cuando el resto del outfit es más propio de un rapero dominguero chirría bastante.
No entendemos nada. Quién lo ha visto y quién lo ve. Ya no es un baby, eso seguro.