España. Aquel país donde la (in)Justícia se empeña en no hacer justicia. Aquel país donde las libertades están en entredicho. Y cada día más. Aquel país donde el Tribunal Constitucional ha resuelto por mayoría que los ultrajes a la bandera española no están amparados por la libertad de expresión, por lo tanto, que son delito. El esperpento no se puede resumir mejor que como lo ha hecho Gonzalo Boye:
Las reacciones no se han hecho esperar. En las españas, ovaciones de todos aquellos que duermen con pijamas de la rojigualda y que tienen la casa pintada con los colores de la bandera. Los mismos patriotas que se han lanzado a la yugular de Leticia Dolera por definir, con sólo siete palabras, la nueva medida. La actriz y directora catalana, firme defensora de los animales y azote de las prácticas abyectas que se estilan por la piel del toro, ha verbalizado como nadie el contrasentido (uno más) de un país que se indigna con mucha facilidad cuando les tocas sus patrimonios de Barón Dandy.
La creadora de la magnífica y premiada serie Vida perfecta dice lo que verdaderamente sería perfecto para ella. De un plumazo se ha ventilado el ridículo por la banderita y la barbarie de los toros:
Un sopapo con la mano abierta. Siete palabras. Y siete segundos para empezar a recibir insultos de ultras airados:
No falla. España, aquel país donde los ultras son como los toros cuando les enseñas un trozo de tela rojo. O rojigualdo.