Hubo un tiempo muy lejano en que el actor Mickey Rourke era uno más entre nosotros. Bien, era uno más con respecto a la especie humana, pero que destacaba entre el resto de los mortales por su talento interpretativo, por su carisma en las películas más taquilleras de los años 80 y por su sex-appeal. En este sentido, tocó el cielo con Nueve semanas y media, paradigma del filme erótico de una generación que nunca más ha abierto una nevera sin sentir un escalofrío de placer imaginándose lo que se puede hacer con todo lo que hay dentro.
Por desgracia, el actor hizo carrera, no tanto en el cine y sí en los hospitales. Conocida es la costumbre del actor norteamericano en pasar por quirófano. Los últimos años han sido más habituales sus visitas a las salas de operaciones que a las alfombras rojas de los festivales. Poco a poco su carrera cinematográfica iba disminuyendo al mismo ritmo que proliferaban en su cara las grapas y las cicatrices. El público asistía horrorizado a su declive como actor mientras subía su status de freaky obsesionado por la cirugía, en una evolución parecida a la de Darwin, pero cogiendo como origen el Mickey Rourke de joven en lugar del mono y como final de trayecto, en vez del homo sapiens, el Mickey Rourke Botoxiens. Así es como hemos ido viendo a Mickey Rourke los últimos años:
Rourke ha mutado hasta convertirse en una especie de Javier Bardem disfrazado de señora mayor inglesa después de pasar una mala noche. Pero ahora se ha superado a sí mismo. Porque ahora Mickey Rourke ha dejado de tener un rostro humano y ha pasado a ser directamente un moñeco. Después de reinar en el Hollywood de los 80 con filmes como El corazón del ángel, Orquídea salvaje, La ley de la calle o Johnny el guapo, ahora se ha transformado en un personaje, precisamente, de aquella época dorada del cine norteamericano. Durante aquellos años, mientras su ademán de malote llenaba la pantalla y reventaba las taquillas, también se hizo muy famoso otro personaje cinematográfico, en este caso, el protagonista de una saga de series de miedo que ponía los pelos de punta: el asesino del cuchillo y la máscara de Halloween, Michael Myers, que hacía la vida imposible a Jamie Lee Curtis, y auténtico icono del cine slasher.
Mickey Rourke nunca protagonizó ninguna entrega de Halloween. Pero ahora, lo que el cine no fue capaz de unir, lo ha conseguido el bisturí. A sus 66 años, la última foto que se ha visto de él corrobora que ya no tiene cara y que en su lugar lleva una especie de máscara de látex, a medio camino entre la grima y el espanto.
Sin duda -y mira que la competencia es feroz-, Mickey Rourke se ha adjudicado por méritos propios un lugar de honor en el mundo del bótox.