Aunque el testamento de la reina Isabel II no será revelado públicamente, sí se ha dado a conocer la noticia de que la fallecida monarca decidió heredar casi toda su colección privada de joyas a su nuera, la actual reina consorte Camilla, a Kate Middleton y su hija Charlotte, y a la princesa Ana; dejando fuera de su testamento a Meghan Markle y su hija Lilibet Diana. Sin embargo, a pesar de que Isabel II tenía la intención de romper con la tradición al no ser enterrada con todas lujosas joyas, lo cierto es que sí se llevó dos joyas a la tumba que no entraron en la herencia familiar.
Según ha trascendido, la reina Isabel II eligió dos de las piezas de su colección privada de joyas, valuada en poco más de 110 millones de euros, la cual incluye, 50 tiaras, 100 broches, 46 collares, 36 brazaletes, 34 pares de pendientes, 15 anillos, 14 relojes y 5 colgantes; lo que da un total de 300 piezas de joyería fina. Para esta elección, la que fuera la monarca más longeva del Reino Unido no consideró cuál de estas joyas era la más costosa o la más llamativa, sino cuál tenía mayor valor sentimental para ella, por lo que la decisión fue realmente sencilla: su anillo de bodas, dado que una representa el gran amor que sintió por su marido, el príncipe Felipe de Edimburgo; y sus icónicos pendientes de perlas que se han convertido en su sello distintivo.
De acuerdo con Lisa Levinson, jefa de comunicación del ‘National Diamond Council’, la reina Isabel II tomó la decisión de ser enterrada solo con estas dos joyas, dado que “Su Majestad fue una mujer increíblemente humilde de corazón, así que es poco probable que use algo más para descansar en paz que su simple anillo de bodas de oro galés y un par de pendientes de perlas”, repartiendo el resto de las joyas entre algunas de las mujeres de su familia. De hecho, la fallecida monarca ni siquiera quiso llevarse a la tumba su anillo de compromiso, una enigmática joya que fue elaborada con algunos diamantes de la tiara que pudo conservar Felipe de Edimburgo de su madre, Alicia de Battenberg, quien sufrió la pérdida de la mayoría de sus bienes tras la Segunda Guerra Mundial. Según Levinson, esta joya con gran valor histórico para la Familia Real la heredaría la princesa Ana.
La historia detrás de una de las joyas que eligió Isabel II para su entierro
‘Lilibet’, como era conocida por los miembros de su familia, decidió ser enterrada con su anillo de bodas, una joya que fue realizada con una pepita de oro galés, un material que se ha convertido en tradición en todas las bodas reales desde hace más de un siglo. Además de este detalle, el príncipe Felipe le pidió al joyero que el anillo tuviera una inscripción en su interior, una frase que terminó convirtiéndose en todo un misterio, dado que la reina nunca se quitaba su anillo frente a las demás personas.