Esta es la semana fantástica de Albert Rivera. Lo tenemos hasta en la sopa, presentando su libro post-hundimiento y defunción política. Llámenle sobredosis, Llámenle indigestión. Poner la tele y verle la cara es todo uno. La agenda la tiene llena de citas con la flor y la nata del españolismo mediático más rancio, con la santísima trinidad: Motos, Quintana, Osborne. La cosa es hacer ver que Alberto Carlos es guay, es cool, y lo más importante: es tan humano y sencillo como tú y como yo. La tarea es titánica, la verdad. Pero ni él ni sus colegas televisivos desfallecen, presentándolo como un ciudadano modélico, un padre ejemplar, un líder de altura. Altura. La palabra clave.
Parece que Rivera tiene un problema con la altura. Quiere ser más alto. Ya se puso de manifiesto durante uno de los debates de las elecciones del 10-N del 2019, cuando le colocaron una plataforma para subirlo unos cuantos centímetros y distinguirlo de sus rivales. Finalmente le retiraron "la trampita", pero quedó para la posteridad. El caso es que Alberto Carlos no es bajito, 1'79, pero no le basta. El complejo lo atormenta, y durante su entrevista-masaje con Ana Rosa Quintana, ha vuelto a utilizar un alza en el asiento. Un doble cojín para agrandar su figura y hacerse todavía más visible. Se le ha visto el latón, una vez más. Son los trucos del ciudadaner, muy astuto pero poco efectivo.
La absurda técnica de Rivera, que no la utilizó con el bajito Pablo Motos, nos deja un interrogante. Como no tiene problemas reales de estatura, ¿no será que sufre en silencio de otras molestias en la zona baja de la espalda? Silencio... muy adecuado para el protagonista. "¿Oyen eso? Es el sonido del silencio..."