Ana Obregón vuelve a ser noticia. Hace una semana volvía de Miami con su hija-nieta Ana Sandra Lequio, una criatura engendrada a partir del esperma de su difunto hijo Álex, fallecido tres años antes víctima del cáncer. Aquel golpe fue terrible, la destruyó. Totalmente comprensible, perder a un hijo es una de las cosas más antinaturales de la existencia humana. El luto adquirió magnitudes extraterrestres; es evidente que su salud mental quedó tocada. La recuperación ha sido lenta, lentísima. Incluso incompleta. Lo que nadie conocía, más allá de un pequeño grupo de escogidos e íntimos, era el método que estaba utilizando para curar las heridas. El más impensable, tan antinatural como la propia muerte. Un bebé de madre biológica de alquiler y padre difunto. Era la voluntad de Lequio Júnior, asegura para justificarlo. Todavía hoy cuesta creerlo.
Este episodio tan chocante tiene varias derivadas, y una de ellas es un libro. 'El chico de las musarañas', un texto que empezó a escribir Aless y que Ana ha completado en su práctica totalidad. La actriz lo ha presentado en sociedad este mediodía en medio de una expectación mayúscula, con decenas de medios pendientes de cada palabra y cada gesto de la madre-abuela. En términos de espectáculo, la cita no ha decepcionado. La intensidad del show se ha disparado por mil, muy bestia. No queremos juzgar a la madrileña, pero con observarla desde una posición neutral basta. El mejor ejemplo es una frase que ha soltado durante el encuentro con los medios, en compañía de las editoras del libro y de su representante, Susana Uribarri.
La frase perturbadora de Ana Obregón sobre su hijo fallecido
La Obregón ha soltado una bomba perturbadora mientras explicaba cómo tomó la decisión de tirar adelante con la propuesta editorial: "Me estaban intentando convencer pero yo no estaba muy segura porque no sabía si tendría fuerzas. Este libro es una catarsis pero, he tenido que revivir momentos profundamente dolorosos. Bien, pongo mi móvil sobre la mesa y de repente empieza a sonar. Miro y ¿de quién era la llamada?" Se lo pueden imaginar, por mucho que sea inimaginable. Era Aless Lequio. El fallecido. Su nombre aparecía en la pantalla, asegura convencida. Una llamada desde el más allá, sorprendente por dos motivos. Por el más obvio y porque el terminal llevaba dos años cerrado en un cajón. Si esta historia no les parece lo bastante fuerte, sin embargo, esperen. Hay más.
Testigos apoyan a Obregón y la señal del más allá
Ana tiene testigos. Precisamente sus acompañantes durante la reunión. La directora de no-ficción de la editorial toma la palabra: "Era de Aless. Ana se lo enseñó primero a Susana, que se echó las manos a la cabeza y, muy nerviosa, nos enseñó el móvil sonando". La madre-abuela lo interpretó como una señal divina: "Me dije que tenía que hacerlo porque es lo que quería mi hijo. Con esto cierro sus tres deseos: sobre todo, tener una hija y después que se publicara su libro y abrir una fundación con su nombre para investigar el cáncer". Increíble. Alessandro Lequio, el yayo no yayo, no va desencaminado: esta es una historia de terror.
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