La frase de Clint Eastwood es bien cierta: "las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene uno". Una máxima todavía más acusada en el caso del fútbol, la política y ahora, el coronavirus. Ahora bien, ni todos los culos son agradables, ni hay que exhibirlos a lo loco. Porque, siguiendo con el ejemplo, hay riesgo de que estas opiniones parezcan creadas y expresadas, precisamente, con la parte baja de la espalda. Es la sensación de millones de personas después de escuchar las palabras del tenista Rafa Nadal, supercampeón del deporte y una especie de oráculo del españolismo, que se ha marcado una ronda de entrevistas por diferentes diarios. El manacorense ha expresado su crítica a las medidas gubernamentales contra el coronavirus y tiene su propia receta de desconfinamiento, con una frase que ha dado la vuelta al mundo: "No quiero nueva normalidad, quiero la normalidad de antes".
Nadal o no se ha dado cuenta de lo que supone la pandemia o no se quiere enterar. Tiene tantas ganas de volver a las pistas y de ir "a su rollo", que parece haber perdido el juicio. "Quiero recuperar mi vida, quiero que la gente se pueda abrazar, quiero que la gente se pueda ir feliz a trabajar, que la gente se pueda reunir sin miedo. No quiero un mundo muy cambiado." Bonitos deseos que chocan frontalmente con la realidad y la prudencia. El coronavirus ha marcado un antes y un después, y todos, absolutamente todos, nos tenemos que hacer a la idea y actuar (y hablar) con coherencia. Es lo que destila el zasca que le ha espetado el escritor Antón Losada, hartó de declaraciones de personas como el tenista, con millones de seguidores que lo toman como héroe: "Rafa Nadal no quiere nueva normalidad. Y yo que la gente deje de decir chorradas. Pero no hay manera."