Una de las caras más queridas en Catalunya es, sin duda, la de Arnau París. El chef de Cuines enamora a los espectadores de TV3 con sus recetas, sus platos, su manera de cocinar, su simpatía, su sonrisa socarrona y la manera tan particular como tiene de acercarnos los mejores platos de la gastronomía catalana, pasados por su cedazo de cocina de vanguardia. Crack total, después de ganar una de las ediciones de Masterchef de TVE, alguien tuvo el acierto y la vista de ficharlo para Televisión de Catalunya y contar con él muchos mediodías.
Arnau, sin embargo, no siempre se ganó la vida entre fogones. Hubo un tiempo donde su talento a la hora de preparar platos todavía estaba por descubrir. Quizás en casa hacía las delicias de los suyos a la hora de preparar la comida o la cena, pero quedaba en la intimidad de su casa. Porque Arnau, durante mucho tiempo, antes de que lo descubriéramos en el talent culinario de TVE, antes de que Pepe Rodríguez, Jordi Cruz y Samantha Vallejo Nájera lo escogieran como justo vencedor de su edición de Masterchef, se ganaba la vida haciendo de comercial. No nos extraña nada, ya que en el programa, como también demuestra en Cuines, ya se veía la labia que tenía y tiene el bueno de Arnau, el piquito de oro que enamora a la hora de hablar de él o de sus creaciones culinarias.
Una época, sin embargo, donde no conseguía vender todo lo que hubiera podido. ¿Por qué? Por ser de donde era y hablar como hablaba. Arnau, catalán, y con un marcadísimo acento catalán, hizo de comercial de grifos. Pero a menudo, cuando recorría España para vender su género, o sus grifos en este caso, veía cómo le cerraban el paso, le cerraban la puerta en las narices, solo por el hecho de ser y hablar catalán. Ni se lo escuchaban a la que detectaban su acento. En un podcast lo ha recordado: "Yo era muy buen comercial, pero a mí me cogió la época Puigdemont. Yo entraba por la puerta 'y como yo no tengo acento catalán'..., dice con todo el sarcasmo del mundo, "ya desde la puerta hacían: '¿catalán? Pues no te voy a comprar". Catalanofobia indisimulada. Y él, harto, hasta las narices: "Estoy hasta los cojones". ¿Qué hizo para darle la vuelta a la tortilla?: "Me hice con un calendario de la Guardia Civil, bandera española, el escudo... y me lo metía en la cartera. Entraba al cliente, y ellos: '¿catalán?', y yo: 'le doy la tarjeta y me voy'. Y entonces caía (dejaba caer) la bandera española. Y ellos: '¿cómo? ¿qué haces tú con esto?', y yo: 'ay, perdón, perdón, es que mí tío está en el cuerpo'... que es mentira, ¿eh?". Los posibles compradores, alucinando: "¿Pero tú no eras catalán?". Y él, se cachondeaba: "Sí, pero 'de los buenos'... Y entonces hacían: 'Bueno, a ver, siéntate aquí, chaval'":