Las TV y las redes sociales han reaccionado a la noticia más terrible de este verano, el asesinato a sangre fría de un niño de once años, Mateo, mientras jugaba en su pequeño pueblo de Mocejón, Toledo. La primera reacción fue como todas las primeras reacciones, de miedo, de pánico, por lo inusual que asesinen a un niño. Lo peor vino cuando, con el cadáver todavía caliente, los racistas, la ultraderecha y los xenófobos difundieron la sospecha de que el asesino fuera un joven marroquí porque en el pueblo hay un centro de MENA, de acogida de menores no acompañados. Hay digitales como Estado de Alarma de Javier Negre que titularon "¿Es marroquí el asesino de Mateo"?. Olas de xenofobia en twitter y algún tertuliano de TV haciendo el ridículo dando por cierta la mentira no confirmada por ninguna autoridad sobre la nacionalidad del asesino. Ahora que ya se sabe que es español, ha acabado el odio racista. La reacción está girando del miedo y el odio a la compasión, porque el asesino es un joven de 20 años con una discapacidad mental del 75%. Ahora todo el mundo piensa en los cuatro abuelos de estos dos jóvenes, víctima y autor del crimen, que viven en un pueblo pequeño. Es un auténtico drama. Solo se puede culpar de que no haya dinero público para dar asistencia psiquiátrica a personas como esta.
Entre tanta porquería en los medios y las redes, los matinales de TV especulaban sobre la nacionalidad del autor del crimen como si eso fuera lo más relevante. A cualquier ciudadano lo primero que le viene a la cabeza cuando alguien mata a un niño es "Por qué lo ha hecho" y no "Qué pone en su DNI". Y ahora todo el mundo está abatido porque la historia no tiene un malo. El autor confeso no sabe ni por qué lo hizo. Entre toda esta consternación emerge una pieza imprescindible, una entrevista al padre del autor del crimen publicada como una crónica, un reportaje fabuloso del periodista de El País David Expósito, Acaba con la frase que el autor del crimen, el chico de 20 años con 75% de discapacidad intelectual, le soltó a su padre en el calabozo cuando ya había confesado el asesinato a la Guardia Civil. La frase da miedo: "Veo máscaras, papá".
Este tuit del diario contiene uno de los mejores reportajes que se han escrito en mucho tiempo. Aviso, es de pago. El periodista entra en casa del autor del crimen donde ahora vive su padre, divorciado hace nueve años de la madre del chico. Tienen otro hijo, hermano pequeño del autor del crimen, de 16 años que no aparece en el reportaje. La fotografía que ilustra la pieza periodística es el padre entrando en su casa de espaldas. Mejor no ser reconocido. Le han destrozado el coche con pintadas de "Asesino". El hombre ha hecho de ganadero, de albañil y ahora es vigilante de seguridad y tiene al hijo mayor discapacitado encarcelado y un niño muerto a manos de ese hijo. El padre repite "Solo quiero cerrar los ojos". Habla de su hijo, el autor del crimen: "Es callado, sin amigos, necesita salir a la calle para estar bien, casi sin hambre ni sueño".
El reportaje es impresionante, por él valor de la entrevista, lo que dice y cómo se explica, casi una pieza literaria, con el añadido que el lector sabe que aquello ha sucedido de verdad hace tres días. Ha levantado admiración hasta el punto que periodistas de la competencia, como Mayka Navarro, lo ha alabado. Sin morbo, amarillismo ni prejuicios. Un respiro entre tanto dolor. Y una omisión a evitar: el autor del crimen, como la víctima, también tiene nombre. Se llama Juan.
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