Uno de los edificios más patrióticos y españolistas que hay en Barcelona es la capitanía general del ejército. El puente de diciembre alguien con poco trabajo tuvo una ocurrencia. Queriendo ser más papistas que el Papa, y más rojigualdos que la bandera, idearon una performance en la fachada, o fatxana, como apuntó de manera brillante Màrius Serra. Los que paseaban por el Paseo de Colón veían la imagen del palacio castrense convertido en una gran bandera española, un espectáculo de luz y color nacionalista de los militares.
Han pasado los días y los plomos se les están fundiendo. Al unionismo más rancio, hace tiempo. Pero también a las bombillas de color rojo. Porque el periodista Jordi del Río ha apuntado que la fachada de capitanía esta noche pasada sólo tenía un color, el amarillo. ¿Qué ha pasado con el roji de la rojigualda? Que como el amor de Rocío Jurado, se les rompió de tanto usarlo. El caso es que les quedó una pared bien amarilla que evoca no a lo que desde dentro del edificio se querría transmitir, sino todo lo contrario, la libertad de los presos políticos. Toni Soler y la red han aprovechado la situación para meter baza:
No sabemos si hay algún Peláez en capitanía. Pero alguien allí dentro ya está recibiendo la carta de despido.