El locutor de la COPE, Carlos Herrera, ha vuelto a Catalunya, la tierra donde pasó su adolescencia. Lo ha hecho para recoger el sexto premio Ondas de su carrera, un galardón a su dilatada trayectoria profesional. Asegura que la distinción le ha hecho ilusión, a pesar de que su ademán ni su expresión dieran a entender que estuviera entusiasmado. Más bien, Herrera ha estado esquivo, incómodo, llegando tarde (muy tarde, casi el último de los galardonados) y largándose nada más hacerse la foto oficial en el Palauet Albéniz. El único momento de cierta relajación lo hemos captado al encontrarse con Josep Bou (i Manel Valls) concejales en el Ajuntament de Barcelona, por aquello de la sintonía ideológica y discursiva.
Sí, porque Herrera, siempre combativo desde el micrófono de la radio de la Conferencia Episcopal, comparte con Bou una particularidad: firmar discursos incendiarios. Y durante su estancia a Barcelona, territorio 'comanche' para españolistas con 'solera' como él, nos ha vuelto a dejar una perla de cómo entiende la vida, la política y la situación que vive su amadísima España y la menos mimada Catalunya: "Vivimos en una sociedad y unos medios permanentemente en la trinchera. Incluso diría que con tiroteo yugoslavo". Caray, Carlos. Haciendo amigos y hablando de escenarios bélicos, guerras, muertos y sangre. Ahora bien, él no se incluye en la batalla. Sólo es un comunicador que predica "la unidad y la concordia" en una sociedad crispada, y que sólo expresa su mensaje "no único". Vaya, que se le entiende todo.
Herrera, incómodo en Catalunya. Pero en vez de poner paz y juicio, él habla de sinrazón y guerra.