El centralismo español también es cosa del "gobieno más progresista de la historia". Y una de sus manifestaciones más penosas tiene que ver con las lenguas propias de las estado. El catalán es, desde hace años, la víctima favorita de estos ataques y desprecios constantes. Algunos burdos, otros patéticos, y un tercer peldaño que se adentra en el absurdo absoluto. En este selecto grupo podríamos incluir la última muestra de catalanofobia descarada, a raíz de la respuesta de Moncloa a la pregunta de la diputada de Esquerra Republicana Marta Rosique, que pedía explicaciones por el incumplimiento del bilingüismo en las señales de tráfico en Valencia. Más concretamente, lo que pasa en Alicante, donde los signos viarios sólo se expresan en la lengua del imperio. ¿Por qué? Porque el catalán puede ser potencialmente peligroso para los conductores. Y además, queda feo. Ea.
"Un exceso de información por incluir demasiado texto puede provocar distracciones que acaben dando lugar a accidentes", explicó el ministro de Fomento, José Luis Ábalos. Y se quedó tan ancho. Bien, no del todo: añadió que claro, escribir los topónimos en catalán y valenciano provocaría dolores de cabeza a los diseñadores de la DGT, porque "podrían conllevar unos carteles de tamaño excesivo, y reducir la letra dificulta su percepción". Con dos narices. El argumentario es de traca, más teniendo en cuenta que en Catalunya, Islas Baleares, País Vasco o Galicia lo llevan haciendo durante décadas, y todavía no habíamos oído ninguna relación entre la siniestralidad al volante y las lenguas. Eso para no ir demasiado lejos y hablar de Francia, Canadá o todos aquellos países que tenga más de un idioma común.
El ejercicio de cinismo del gobierno Sánchez ha provocado la reacción indignada de las redes sociales, con la expresidenta del Parlament de Catalunya y presa política Carme Forcadell definiendo esta maniobra con claridad meridiana: "una excusa tonta y vergonzosa", mientras considera "inexplicable la fobia al catalán y otras lenguas del estado". Bien, inexplicable del todo no lo es: es más bien una cruzada sin escrúpulos. Triste y ofensiva, por cierto.
La creatividad del españolismo para fabricar excusas y argumentos anticatalanes es digna de estudio. Ya podrían aplicarse de la misma manera en hacer de España a un país tolerante y respetuoso. La película sería otra.