Un año más, y ya son 8, España se reunió ante el televisor para seguir las campanadas de Fin de Año por Antena 3. Y el motivo es, evidentemente, Cristina Pedroche. Los vestidos, o lo que sea aquello que luce cada 31 de diciembre, actúa como una farola encendida para las polillas. Que si enseña más o menos, que si la inspiración, que si una cosa o la otra. Da igual. Este año la temática ha sido el ecologismo, con un primer look hecho a partir de lana reciclada, y un segundo inspirado en el agua. Todo biodegradable. Para gustos, los colores, pero Laura Escanes en TV3 y Ana Mena en TVE le daban cien vueltas. Es así. Punto.
Que Atresmedia apueste de manera tan radical y marcada por Cristina es una jugada maestra, aunque provoque hartazgo. Se busca el impacto visual, el morbo, un chup-chup viral con aroma en naftalina. Si después Pedroche quiere explicarnos la biblia en verso, fenomenal. Pocos serán los que realmente presten atención a su mensaje. Especialmente porque, a aquellas horas, todas las casas han sido invadidas por el jaleo previo al cambio de año. Pero los valientes que prestan atención al contenido ofrecido por la de Vallecas y su compañero, el chef Alberto Chicote, tuvieron un pequeño premio. Un momento delirante, con la Pedroche desconcertada y perdida, cuando solo habían pasado unos segundos desde el fin de las campanadas.
Mientras la Puerta del Sol reventaba de alegría y procedía a un festival de pólvora y fuegos artificiales atronadores, Chicote se dirigía a la audiencia con una frase estimulante, pero paradójica: "Por un 2024 en el que esté prohibido bajar los brazos". El de 'Pesadilla en la cocina' miraba fijamente a cámara y no se daba cuenta de que su compañera estaba haciendo precisamente lo contrario. Bajar los brazos, entregar la cuchara, desconectar y perder el hilo. Bien, el hilo y alguna cosa más. Pedroche, con cara de circunstancias, como si hubiera visto a un fantasma. Buscaba algo con la mirada, hacía gestos extraños, ya no estaba ahí. Solo le preocupaba una cosa. ¿El qué? La respuesta, acto seguido.
Alberto esperaba que Cristina recogiera su paso, pero lo que se encontró fue una pregunta: "¿Y mi collar?¿Mi collar?" El chef no sabía dónde meterse. Pedroche más preocupada por los complementos que por el trabajo. Poco adecuado sobre todo porque no era ningún gag. Y eso es imperdonable para un profesional de la comunicación y el entretenimiento. No hay que decir que el collar no aparecía, y tras unos interminables segundos alguien le decía a la presentadora "tira, tira", intentando restablecer la orden y despedir la retransmisión. "Ehhhhhhh... nos vamos a publicidad, no se vayan, volvemos enseguida. Quedan muchas cosas", prometía. No: minuto y medio después cerraban el chiringuito. Y sin el collar de las narices. Surrealista.