Laia Pedroche Muñoz es una criatura de 5 meses con padre y madre muy famosos. Él, Dabid, es un chef de fama mundial, reconocimiento supremo y facturas astronómicas. Ella, Cristina, una presentadora que es imagen de marca de todo un grupo audiovisual, como Atresmedia. Las campanadas de Fin de Año son su gran momento, cuando más factura y cuando más interés despierta. Ahora bien, de estos dos elementos va siempre sobrada. Y lo acredita su faceta de influencer, con 3 millones de seguidores pendientes de cada publicación de la de Vallecas. En todos los sentidos: para alabarla, pero también para hundirla. La mamá de Laia, nombre catalanísimo, nunca deja indiferente.
La maternidad ha puesto la vida de la televisiva patas arriba, como le pasa a casi todas las madres, especialmente a las primerizas. Algunas de las publicaciones que hizo justo después del parto de la niña provocaron un enorme alboroto. Especialmente aquella sobre su estado físico, luciendo su cuerpo y forma espectaculares. Las críticas a la Pedroche, en esta ocasión, le hicieron daño. No se esperaba esta oleada destructiva, aunque a lo largo de su carrera haya vivido situaciones similares. Cristina y la polémica, desdichadamente para ella, van a menudo del brazo.
Seguramente influenciada por estas experiencias tan poco gratificantes, Pedroche ha decidido innovar durante un anuncio publicitario en redes sociales, promocionando una conocida marca de sillitas de coche para bebés. Un vídeo con un punto cómico, sobreactuado, en el que recrea la operación de montar el dispositivo en el vehículo. Facilísimo, por descontado. Pim-pam. Cristina ríe y hace muecas durante el medio minuto de la pieza, incluso aparece al estilo Charlot o cine mudo, acelerada en algunas escenas. En todo caso, se trata de un spot bastante normalito, casero, con un toque cutre. Ahora bien, hay un detalle que ha sorprendido a todo el mundo. Lo han aplaudido, pero el resultado es extraño. Como diría aquel: 'Raro, raro, raro'.
Lo que hace diferente el anuncio es que, oh sorpresa, no hay niño ni niña en la sillita. Va vacía. Pedroche no utiliza la imagen de la criatura para hacer caja, un gesto poco habitual en el sector y en el negocio. Los que esperaran verle la carita a la pequeña Laia se quedarán con un palmo de narices. Solo verán la cara de su madre, a la que tienen muy vista. Como declaración de intenciones está muy bien, el bebé es sagrado. Como producto publicitario y audiovisual, las dudas ya son mayores. Parece de coña. ¿No hay bebé? ¿De qué narices hablamos, pues? La escena acaba siendo surrealista, también aparentemente falsa y tramposa. Pero quizás este es el camino, y Cristina solo ha abierto vía. Hay debate.