Íñigo Onieva ha tenido que redimirse públicamente para casarse con Tamara Falcó. Una redención en diferentes áreas que confluyen en el mismo concepto: el pecado. Para expiar la infidelidad, la mentira y la ira se ha tenido que apartar de las tentaciones nocturnas, así como de las escapadas de ocio y placer poniendo a prueba la debilidad de su carne de latin lover pijo. Paralelamente, ha abrazado la práctica religiosa, tan importante para la hija de Isabel Preysler, con una devoción voraz: misas de noche, viajes a santuarios, cursillo prematrimonial... No se ha ido a evangelizar tribus recónditas porque no ha surgido la oportunidad y porque la Falcó no se fiaría de él donde no haya cobertura 5G. Una cosa es perdonar, otra ser una pardilla. Santa, no tonta.
Onieva se está esforzando en su papel de buen muchacho. Parece un milagro, quizás por eso fue a Lourdes hace poco. Llámenos desconfiados y descreídos, pero que alguien con este currículum haga esta pirueta copernicana a tanta velocidad nos hace fruncir el ceño. No es creíble, los cimientos se tambalean. Si Íñigo fuera carne de las casas de apuestas, verían que la posibilidad de que vuelva a protagonizar un escándalo que acabe anulando la boda del 8 de julio ni cotiza. Y esta semana todas las alarmas están disparadas en Villameona. Bueno, también en Budapest, donde se está celebrando una de sus despedidas de soltero.
Onieva en Budapest con el móvil en la mano
El viaje organizado por el grupo de ínttimos del madrileño a la capital de Hungría está destacando por alguna que otra mentirijilla, como aquella de "los móviles están prohibidos". No está siendo así. Primero por el incidente que ha sufrido con su número de teléfono personal, filtrado en un grupo de Whatsapp. El terminal no ha dejado de sonar, pero para amargarle la vida. Después por lo que está enseñando desde la orilla del Danubio: fotos de Instagram relatando gráficamente la despedida. Imágenes realmente sorprendentes en las que vemos a los colegas con sus iPhones, Android, etcétera en las manos mientras disfrutan de Budapest y sus encantos. Encantos más falsos que un billete de 6 euros, no hay quien se lo crea. La despedida más casta de la historia, superando el de la novia en Fátima. Al menos ella tuvo un stripper. Él, estatuas, recepcionistas y un pelotón de hombrecitos con cara de no haber roto un plato.
La despedida de soltero más casta y aburrida... y la menos creíble
Onieva no quiere sustos ni tragedias y ha decidido que se lo coma el personaje: ahora es San Íñigo de Griñón. Si los 4 días que está pasando en esta ciudad de intensa vida nocturna heterosexual están discurriendo como vemos en las fotografías, apaga y vámonos. Ni calvo ni dos pelucas, chato. Las escenas son de terraceo a la húngara, visitas culturales forzadas, una copita en un bar que parece una cafetería con ínfulas, una sisha y mucha luz de día. Ah, sí, y fardar de hotel: un Four Seasons de más de 500 € la noche. Todo lo que puede ser aburrido de matarse lo enseña orgulloso, el resto es secreto de confesión. Cuando vuelva a Madrid quizás desembucha con el mosén, pero "lo que pasa en Budapest, se queda en Budapest". Son palabras suyas, de hecho. Es evidente que se está guardando la chicha, pero que vaya con cuidado: un hacker le puede amargar la vida, y de un segundo batacazo no se levanta. Su suegra Isabelita podría ser capaz de todo.
El amor puede ser ciego, pero la ceguera no se contagia. El resto te ve.