Tamara Falcó e Íñigo Onieva forman un matrimonio mediático, polémico, morboso... y católico, apostólico y romano. Un aspecto, este último, importantísimo para entender su propia existencia. La fe religiosa es fundamental en la vida de la marquesa, y su devoción cristiana llega, incluso, a tocar los extremos más radicales de algunos de sus conceptos y postulados. A Onieva, pillado en plena infidelidad a la socialité en aquel festival techno para pijos en el desierto de Nevada, solo le quedó abrazar la práctica católica si quería recuperar el amor de la hija de Isabel Preysler. Penitencia y redención. Y así pasamos de un malote de la noche madrileña a un feligrés incorregible, peregrino y soldado de Dios. Un milagro que la Santa Sede revisará dentro de unos años, ya verán.
La unión, certificada ante los ojos de la iglesia en aquella boda de campanillas en el mes de julio (con incendio de la casulla de uno de los tres sacerdotes incluido), estaba pasando por semanas de incertidumbre y rumores cada vez más crecientes. Crisis, crisis, crisis. Un extremo rechazado, obviamente, por los protagonistas, pero fundamentado en episodios públicos como peleas, viajes extraños y alguna declaración de Falcó en el programa de Pablo Motos. Pues bien, parece que podemos cerrar la carpeta hasta nueva orden, porque se está produciendo el segundo milagro. Hemos asistido a la primera prueba irrefutable de pasión conyugal. Y es una gran noticia, especialmente porque se supone que quieren ser padres. Con la pachorra que se lo estaban tomando, y con el mal rollo sobrevolando el ambiente, ya lo dábamos por descartado. Ni tratamiento de fertilidad, ni gaitas.
¿Pero cuál es el problema de este extraordinario cambio de actitud pública? Fácil. Qué han escogido el peor momento para exhibirla. Momento y espacio: alguien se está jugando la excomunión, y cuando menos una buena bronca. Onieva ha roto el sexto mandamiento, "no cometerás actos impuros". Y en la casa del Señor, mientras bautizaban a la hija de Álvaro Falcó e Isabelle Junot, Philippa. El hombre quizás pensaba que nadie lo había visto en plena acción, haciendo un tocamiento excesivo y poco afortunado a su señora. Mal. Había una cámara indiscreta allí escondida, y lo que es peor: quien seguro que te había visto era el Santísimo. Es de primero de misa.
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La escena es cortita, pero golosa. La podemos definir como "esa mano, Íñigo". Toca el culo de su mujer, de manera afectuosa pero con cierta carga de profundidad. No soba, pero sí que hace pinza. Y la situación estratégica de sus dedos no le favorecería en un posible juicio. Mira que tienen tiempo de sobra para hacer este y todo tipo de mimos más o menos intencionados. Y que nunca les falta una buena cámara de fotos o de vídeo para retratarlos subrepticiamente. Pues no: ha tenido que ser en la parroquia de San Fermín de los Navarros, en Madrid, y con un bebé pasando por la pila bautismal. Estamos seguros de que Tamara e Íñigo se animan en una situación como esta, proyectándose en un futuro en el bautizo de su primer vástago. Pero te tienes que contener. Onieva no cambia, continúa con sus tics del antiguo yo: excesivo.