Alberto Núñez-Feijóo ha acabado la primera votación y se ha marchado a casa con el rabo entre las piernas. La primera sesión de investidura del candidato del PP fue lo que se esperaba, fallida. Un paripé donde el gallego concentró sus esfuerzos en ir contra la amnistía y salió escaldado. Los sopapos a mano abierta iban que volaban, por parte de todo el mundo, con especial mención a los que le dedicaron Gabriel Rufián o el exalcalde socialista de Valladolid, Óscar Puente, que fue quien salió a hablar en lugar de Pedro Sánchez. Probablemente, Feijóo todavía tiene en la mejilla la marca del guantazo dialéctico que recibió en el Congreso de los Diputados:

Días antes, concentración pepera en la plaza Felipe II de Madrid para que el candidato recibiera el calor de los suyos y se pensara que tenía la más mínima posibilidad de ser votado presidente. Mucha banderita rojigualda, mucha banderita del PP y mucho facherío y catalanofobia indisimulada, como era de esperar. Un mitin donde estaban el mismo Feijóo, Mariano Rajoy, José María Aznar, Cuca Gamarra o Isabel Díaz Ayuso. Vaya, la plana mayor. El programa El Intermedio del Wyoming fue para allí y en medio de aquel ambiente tan tolerante y respetuoso, la reportera se encontró con algunos personajes peculiares, por decirlo suavemente. El caso más paradigmático de este odio a Catalunya o a Puigdemont lo encontramos en una señora con un pañuelo naranja en el cuello y gafas de sol que vomitó lo que piensa de Catalunya. "¿A usted no le gustaría una supuesta ley de amnistías?", le pregunta la periodista. Y ella, soltando toda su bilis, responde, primero, una imbecilidad: "No queremos que Puigdemont nos quite la libertad". Y después, una frase catalanófoba: "No me gustan los catalanes nada"...

Ahora resulta que los españoles no son libres por culpa de Puigdemont. Como diría otro tolerante, aquel presidente del Congreso del PP, Federico Trillo, manda huevos.