Isabel Preysler, considerada durante décadas la reina de corazones de la prensa rosa española, vuelve a estar en el centro del foco mediático, esta vez no por un nuevo romance, sino por su fortuna. Según fuentes cercanas a su entorno y diversos medios del corazón, la socialité y empresaria filipina acumula unos ingresos que rondan el millón de euros anuales, una cifra que ha generado un gran revuelo especialmente tras conocerse cuánto le cobraba a su expareja, el premio Nobel Mario Vargas Llosa, por alojarse en su famosa mansión: Villa Meona.

El dato que ha sacudido tanto a la prensa del corazón como a sus lectores es que Preysler habría facturado al escritor peruano nada menos que 80.000 euros al mes por su estancia en la lujosa residencia ubicada en la exclusiva urbanización Puerta de Hierro, en Madrid. Esto supondría un desembolso anual de 960.000 euros, prácticamente un millón, solo en concepto de alojamiento. Lo que en principio parecía una convivencia sentimental entre dos figuras públicas, tenía, según estos datos.

Villa Meona: lujo con factura

Villa Meona, bautizada así por la periodista Pilar Eyre debido a la cantidad de baños que alberga la propiedad (se dice que hay más de una docena), no es una casa cualquiera. Con un estilo palaciego, grandes jardines, una piscina espectacular y decoración cuidada al milímetro, el hogar de Isabel Preysler ha sido escenario de innumerables eventos sociales, entrevistas exclusivas y sesiones fotográficas para revistas como ¡Hola!. Mantener una mansión de estas características conlleva, sin duda, un gasto considerable.

Lo que ha sorprendido al público no es solo el precio del "alquiler", sino el hecho de que Preysler no hiciera excepciones ni siquiera con una pareja sentimental como Vargas Llosa, con quien estuvo casi ocho años. Algunos opinan que esta cifra era una especie de “contribución a los gastos” más que un alquiler como tal, mientras otros aseguran que la cifra refleja una relación desequilibrada en la que la periodista sabía sacar rédito hasta del amor.

Una empresaria con piel de socialité

Pese a su imagen de figura decorativa en eventos de alta sociedad, Isabel Preysler siempre ha manejado con inteligencia su imagen y su influencia. A lo largo de su vida ha sabido capitalizar su estilo, su apellido y su vida privada. Embajadora de marcas de lujo, protagonista habitual de exclusivas pagadas y hábil negociadora de su privacidad, Preysler ha construido un emporio en torno a sí misma.

El millón de euros anuales que ingresa, según revelaciones recientes, provendría de una combinación de contratos publicitarios, colaboraciones exclusivas, alquileres encubiertos y apariciones pactadas con medios. Desde hace años, es habitual verla protagonizar campañas de productos de belleza, mobiliario de alta gama, perfumes y más recientemente, de marcas de alimentación y bebidas selectas. Su contrato con ¡Hola! también es uno de los mejor pagados del panorama mediático español.

Ruptura con Vargas Llosa: ¿más negocios que amor?

La relación entre Isabel y Mario terminó oficialmente en 2022, con un comunicado que intentó poner paños calientes a una separación que, a medida que pasan los meses, parece haber sido menos cordial de lo que se quiso aparentar. El dato de los 80.000 euros mensuales ha encendido las alarmas sobre el trasfondo económico de la relación. De hecho, algunas voces cercanas a Vargas Llosa sostienen que el escritor acabó “cansado” de sentirse huésped y no compañero, y que el dinero fue uno de los elementos que deterioraron la convivencia.

Por su parte, Preysler nunca ha negado ni confirmado el dato del supuesto alquiler, pero el silencio ante las preguntas directas se interpreta como una forma elegante de no desmentirlo sin reconocerlo explícitamente. Isabel Preysler ha vivido rodeada de lujo, pero nunca ha sido ingenua respecto al coste de mantener ese nivel. Su historia es la de una mujer que ha sabido reinventarse y que, en lugar de depender económicamente de sus parejas –Julio Iglesias, Carlos Falcó, Miguel Boyer y Vargas Llosa, entre otros– ha aprendido a rentabilizar su vida como si fuera una marca registrada. Y como toda marca de lujo, alojarse en ella tiene un precio.