Isabel Preysler, reina indiscutible del papel cuché y sinónimo de elegancia inquebrantable, ha sabido construir durante décadas una imagen impoluta. Siempre rodeada de lujo, exclusividad y romanticismo de portada, la socialité filipina ha administrado con precisión quirúrgica su exposición mediática. Sin embargo, tras los muros de su sofisticada existencia, se esconde un episodio oscuro que pocos recuerdan: el destino de su hermano Carlos Preysler, atrapado en el abismo de las drogas. A diferencia de su hermana, que encontró en España una vía de escape al entorno convulso de Manila, Carlos cayó temprano en las garras de la adicción. Su historia, marcada por las drogas, la delincuencia y un final trágico, es un capítulo que Isabel ha preferido mantener entre sombras. Pero lo cierto es que este drama familiar fue tan real como doloroso.
Carlos Preysler: la oveja negra del clan Preysler
Lejos de los flashes que iluminaban la vida pública de Isabel, Carlos vivió al margen de la fama, atrapado entre drogas, escándalos y prisión. Su adicción comenzó a los 16 años, en los pasillos de una escuela cualquiera donde, según confesó la propia Isabel, “desalmados vendían drogas a las puertas de los colegios”. La familia intentó intervenir, pero cuando se dieron cuenta, ya era demasiado tarde.
La espiral descendente de Carlos lo llevó directo a la cárcel. Pasó cinco años tras las rejas en una prisión de Manila, condenado por estafa. Su vida se convirtió en un marcado contraste con la de su famosa hermana, que en ese tiempo posaba sonriente junto a celebridades de la jet set europea. El contraste era brutal: mientras Isabel vivía en mansiones y asistía a cenas de gala, Carlos luchaba contra sus demonios internos en un país que olvidó su nombre.
La muerte de Carlos Preysler: un momento de dolor y reflexión familiar
En abril de 2013, Carlos falleció a causa de un agresivo tumor en el hígado. La enfermedad lo fulminó en apenas cinco días, impidiendo incluso a su madre despedirse de él. Fue su esposa y sus hijas quienes lo acompañaron en sus últimos momentos. Isabel rompió el silencio un año después, en una entrevista exclusiva en la que reveló el calvario familiar. “Mi hermano murió en su casa, rodeado de los suyos, de su mujer e hijas, que le querían a pesar del daño que les había hecho. Estaba enganchado a las drogas. Hay una generación perdida en aquel país por esta cuestión. Yo por suerte me libré, porque me casé a los 20 años y me fui. Mi hermano Carlos, sin embargo, que era menor, cayó", confesó la madre de Tamara Falcó con una mezcla de pesar y resignación.
Es evidente que esta tragedia familiar dejó una marca profunda en Isabel, quien aprendió desde muy joven que la distancia no siempre basta para salvar a quienes uno ama. La decisión de enviarla a España, motivada por el temor de sus padres a que siguiera el mismo camino que Carlos, probablemente le salvó la vida. Pero también la condenó a vivir con la culpa de haber escapado de un destino que su hermano no pudo evitar. Mientras los medios seguían obsesionados con sus romances, sus joyas y sus exclusivos reportajes en revistas del corazón, la socialité cargaba con una cruz familiar que prefería no mostrar. Carlos Preysler fue el eslabón roto de una familia aparentemente perfecta, un recordatorio cruel de que ni el dinero ni la fama garantizan la inmunidad frente a las tragedias humanas.