Con la duda de si era por hacer la pelota o porque realmente así lo sentían, la mayoría de los invitados a la boda de Tamara Falcó e Íñigo Onieva aseguraban estar muy ilusionados con el evento que se celebró en El Rincón, el castillo que la Marquesa de Griñón había heredado de su padre, Carlos Falcó. Pero sin duda alguna, si había alguien feliz por todo lo que ocurrió este sábado 8 de julio, esa era Isabel Preysler. Casi más incluso que la protagonista, su hija.

No es para menos, teniendo en cuenta lo que dijo recientemente Julio José Iglesias. Según las palabras del hijo de Julio Iglesias e Isabel Preysler, la boda de Tamara significaba que el enlace supondría que su madre vería por fin a todos sus hijos casados, en una aparición en el programa ‘Y ahora Sonsoles’ que presenta Sonsoles Ónega. Unas palabras, por cierto, muy reveladoras, pues dejaba entrever que Enrique Iglesias se  habría casado en la intimidad con Anna Kournikova.

Isabel Preysler no cabía de felicidad

Volviendo a Isabel Preysler, es lógico que la mujer estuviera muy feliz y radiante. Era motivo de enorme satisfacción que, después de los incontables percances que han afectado a este enlace, llegara por fin a buen término. Y es que las apuestas a favor de que todo terminaría bien eran mínimas.

Íñigo Onieva y Tamara Falcó GTRES
Íñigo Onieva y Tamara Falcó GTRES

Que si el robo de las joyas, que si problemas con el vestido, que si cambio de fecha a causa de un accidente en el entorno de la pareja... Por no hablar de las infidelidades de Íñigo Onieva, la desaparición de este en la mañana del día de la boda o el cura que estuvo a punto de salir ardiendo durante la ceremonia después de que se le incendiara la sotana. En definitiva, que hoy Tamara y Onieva sean marido y mujer no puede ser más que un milagro.

Los nervios y el alcohol juegan una mala pasada a Isabel Preysler

Tal era la felicidad de Isabel que no se contuvo a la hora de remojar el día con unas cuantas bebidas animosas. Algo a lo que la diva no está acostumbrada. Tanto es así que, al caer la noche, la Preysler ya iba algo chisposa y ‘mareada’. Tuvo alguna que otra 'confusión' fruto del alcohol ingerido, sumado a la presión a la que estuvo sometida durante todo el día a causa del miedo a que algo saliera mal. Y algunos tuvieron que acompañarla a que se tumbara un rato para recuperar el tono y no perdiera las formas.