Jordi Basté ha comenzado la decisiva semana en la que conoceremos la sentencia del juicio del Procés con un juego de palabras en El món a RAC1. Un trabalenguas cargado de intención, irónico e indignado al mismo tiempo. El Supremo ha sido el destinatario de buena parte de las críticas del locutor, molestó como muchos catalanes por el show mediático y el juego sucio que emana del tribunal, especialmente con la filtración de los términos de la resolución judicial a numerosos medios durante el fin de semana: "flatulencias supremas", ha dicho, absolutamente impropias de un (auto)proclamado "estado serio", e insensibles con los familiares de los encarcelados. Un espectáculo público y tramposo, nada inocente, ya que busca desviar la atención de lo que realmente es importante: la injusticia.
Estas fugas interesadas, que también llegaron a la propia emisora haciéndoles partícipes del escarnio de los presos, son la materialización de una estrategia sencilla: evitar críticas al contenido de la sentencia y provocar una falsa competición periodística en la que todos fueron los primeros en saber el 'secreto mejor guardado' de la judicatura española. Un ventilador a pleno rendimiento, vaya. Que los árboles no dejen ver el bosque a los ciudadanos del reino, no sea que descubran (una vez más) las costuras roídas de su país. Y aquí los medios del estado son protagonistas habituales, extendiendo los mensajes promovidos por las mismas instancias que deberían guardar silencio y dedicarse a hacer su trabajo.
A pesar de la tormenta, Basté (en nombre de la emisora) ha hecho un llamamiento a la calma, ni que sea radiofónica. Calma, sí, pero enfado, cansancio y hastío, también. Un paquete de sensaciones de procedencia conocida: "La culpa no es Madrid, es que todo tenga que pasar por Madrid. Por eso estamos donde estamos".