Jordi Cruz es uno de los chefs más famosos, premiados y mediáticos del Estado español. Su proyección como jurado y presentador de 'Masterchef' lo han convertido en algo más que un cocinero de prestigio. Es una especie de estrella del pop, para entendernos. Intocable. Sobre todo cuando alguien osa criticar sus establecimientos, donde acumula 11 estrellas Michelin (ha perdido una, por cierto). Se molesta bastante y reacciona. Y si no que le pregunten al director teatral Joan Lluís Bozzo, quién salió indignado de su local emblema: el Abac, en la avenida del Tibidabo.
Bozzo criticó la ausencia del catalán en el interior de este 3 estrellas, el restaurante más caro de Barcelona: 300€ sin bebidas por barba. En cambio, no dijo palabra sobre la dinámica interna, ni el espacio, ni el menú. Cosa que sí que ha hecho una periodista y escritora catalana, Diana Coromines, con un artículo demoledor contra la joya de la corona de Cruz. Lo ha dejado temblando. Le silbarán los oídos este Fin de Año, estamos seguros.
Diana, nieta del gran Pere Calders, cenó en el Abac con su familia durante estas fechas de Navidad. Lo escogió su hermano, que iba "mosca: "No me ha costado nada encontrar mesa aunque tiene tres estrellas". La experiencia parece espantosa: "No volveremos a poner los pies mientras no aprendan a cocinar y servir como Dios manda". Asegura sentir "angustia" al compararlo con el Celler de Can Roca, una "institución nacional" que juega, presuntamente, en la misma liga que Cruz. El festival de adjetivos y bofetadas es brutal: "Es grotesco. Cometen errores graves como servirte un plato con un pelo o tener como camareros a unos becarios que prácticamente no dicen una palabra de catalán". Y sobre Jordi: "Un señor mediático que se dedica a abroncar como un hooligan a los aspirantes a cocinero que tienen la mala suerte de tropezárse con él, parece un chiste de mal gusto".
Errores en la recepción de los comensales, un espacio que "patinaba", y mucha petulancia y aires sobrados. "Hablan mucho pero no explican nada porque ya se ve que no entienden lo que hacen. Algo chirría cuando el camarero te dice 'antes cocinábamos con wasabi del Montseny, ahora ya nos viene directamente de Japón'. Nos lo dijo contento y satisfecho". Encontró "exceso de artificio y galería, combinado con un servicio desarraigado y mal dirigido, una burla". Y sobre el famoso pelo negro en el fondo de una ostra, retiraron el plato y sirvieron uno nuevo, sin ninguna explicación ni gesto con los clientes. Todo eso, además, con el catalán arrinconado, olvidado y marchito en el fondo de alguna cámara frigorífica. ¿La sentencia? "Es incomprensible que su restaurante en Barcelona haya acabado convirtiéndose en un show tan vacío, barato y español". El artículo vale la pena. Veremos la respuesta de Jordi, que la habrá. Seguro.