José Luis Martínez Almeida, alcalde de Madrid, ha perdido una corona, pero ha ganado un anillo. El título de soltero de oro de la derecha derechosa españolista se ha esfumado, pero porque el señor ha encontrado pareja y se casará el próximo año. Todo el lote. La afortunada, o eso es lo que tendría que ser, es Teresa Urquijo. Una joven de 26 años (22 menos que el político del PP), aristócrata y emparejada a distancia con los Borbones. Un partidazo, vamos. El alcalde levita a dos palmos del suelo, va crecido. Está bien que tenga algo que le haga sentir feliz, porque vaya amargura permanente luce su partido, y especialmente, sus dirigentes de la capital de España. Eso no tiene que ser bueno para la salud.
En cambio, las mariposas en el estómago, los viajes de parejita, aquello del amor primerizo y los planes conjuntos... eso le cambia la cara al más arisco de la tierra. Con el añadido que, como celebrities castizas, van a actos oficiales, a recepciones reales, y lo más importante: se saben protagonistas de una historia de amor digna del mejor telefilm de sobremesa. Uno romanticón, hey, no de esos de drama, traición y cosas oscuras. No, no. Esta historia es solo apta para dentaduras a prueba de caries, por eso del azúcar industrial. La flamante pareja tiene la vista puesta en el altar, hay que cerrar este trato como Dios manda, que de momento, manda más que él. Por eso han pasado el fin de semana en Ibiza. No de despedida de soltero en el cierre de las discotecas, su visita era de invitados a una boda. Una pomposa y de posibles puertas giratorias. Un buen lugar para ir cogiendo ideas.
La parejita ha festejado el enlace, ha aprovechado para conocer la isla de una manera menos veraniega que en pleno mes de agosto, ha comido en lugares bien chulos y, tal y como llegaron, han vuelto a Madrid. Bien, quizás no del todo igual. Las llegadas siempre son un poco más complicadas que las idas. Cuando te vas, tienes esas entradas de VIPS en el aeropuerto que te das un respiro. Pero cuando vienes, aquello puede ser un despiporre. Es abrirse las puertas automáticas que separan la zona de llegada del área común de la terminal, y estás vendido. El primero que pasa te puede reconocer y complicarte la vida. Por ejemplo, un equipo de una agencia de prensa que busca famosos. Encontraron a Almeida y promesa y, ea, a por ellos. Con cariño. Y adulación, muy pelotas. Pero al alcalde le molestaban, sentía vergüencita. Y así reaccionó.
Con la sonrisa nerviosa e impostada de siempre, Almeida era una evasiva con patas. A todo decía que no, que muchas gracias. Con un acento cada vez más gato, que se note que es madrileño. Una persona que los esperaba aparece de la nada y se coloca junto al político, y empieza una huida. Teresa pierde rueda lenta e inexorablemente por el sprint de Almeida, que demuestra un buen golpe de riñones, acelera bastante. Llega un momento en el que el maillot amarillo, escoltado por su discípulo de ocupación indeterminada, han dejado tirada a una Urquijo que a duras penas puede sonreír, sin poder acercarse. La imagen es fea, el gesto también. Parece una comparsa. Por suerte, y gracias a la reportera, se produce la reunificación de los tortolitos. Incluso el tipo de poco pelo que hacía de tercer hombre se aleja unos metros, devolviendo a Teresa a su lugar. En todo caso, Teresa ya le ha visto las orejas al lobo. Muy gentleman no le ha salido el chico. Parece que es más del 'Sálvase quién pueda' que de la orquesta del Titánic. Very important Almeida.
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