Hace años que el Gobierno Aznar entró de lleno en la llamada Guerra del fútbol para impedir que una empresa poco afín al PP, PRISA, propietaria de los derechos de fútbol en Canal +, se quedara toda la audiencia y la inversión publicitaria. E impuso por ley que determinados partidos fueran de interés general y por lo tanto retransmitidos en abierto: la Selección española en la fase final de un Mundial o la final de Champions. Es por este vestigio que los espectadores pudieron escoger el sábado ver la final City-Inter en Movistar o en La 1 de TVE. Las dos parecieron la misma porquería anticatalana y pecaron del mismo repugnante sesgo: odian a Guardiola.
Que quede escrito: personajes como la tal Guasch o el obsoleto Rivero no odian a Pep Guardiola por listo, por exitoso o por calvo. Lo odian por catalán, catalanista, independentista y porque planta cara y no se encoge. Y si en la TV de pago tienen una sicaria del Madrid, Susana Guasch, en TVE quien hace el trabajo sucio antiguardiolista es un empleado público: Juan Carlos Rivero. Tiene los días contados en TVE, la cadena lo echará pronto, pero morirá matando. Matando la deontología profesional. La retransmisión, que consiguió un 31,6% de share, líder absoluta, pareció de la RAI italiana, todos a favor del Inter de Milán, como cuándo en la final del Mundial Argentina-França Rivero era un francés más. Hasta Albert Chapi Ferrer, ex del Barça, parecía poco afín a Guardiola. Es el efecto Abelardo, un ex culé que comenta nunca tienen que parecer partidario del Barça. Twitter recoge decenas de muestras del antiguardiolismo en TVE, como negar el mérito de Pep y atribuirlo al dinero invertido comprando jugadores:
El antiguardiolismo es una derivada indisimulada de anticatalanismo. Una obsesión propia de acomplejados como Guasch y Rivero. Dos cadenas, misma bazofia.