El músico y productor Kanye West y la influencer y estrella de televisión Kim Kardashian han sido la pareja más famosa y rica de los EE.UU. durante muchos años. Todo lo que tocaban se convertía en oro, a pesar de las continúas excentricidades del personaje, incrementadas de un tiempo a esta parte. Tanto es así que la Kardashian se ha divorciado de él, no quiere tenerlo cerca, sabe que es un elemento imprevisible y tóxico. Un comportamiento que ha continuado con una deriva ideológica más que preocupante, abrazando el trumpismo o atacando el movimiento 'Black Lives Matter'. Cierto que le han diagnosticado un trastorno bipolar y que ha sufrido varias crisis, pero incluso así cuesta mucho digerir las barbaridades que suelta cada vez que tiene un micrófono cerca. Es un incendiario de manual. La cuestión es saber si lo hace movido por la enfermedad, o si se cree sus teorías. En todo caso, está pasando de Rey Midas a leproso a gran velocidad.

West, como Kardashian, es más que una persona física o una celebrity. Son industrias que mueven miles de millones de dólares. Sí, miles de millones, no exageramos. Una condición que, en el caso del músico, da la impresión que ha llegado a sus últimos días. Cuando menos se está encargando de quedarse sin marcas que lo contraten, por bocazas, por peligroso, por alimentar discursos de odio. Ninguna empresa quiere que lo relacionen con él, especialmente una: la firma deportiva alemana Adidas, con la que mantiene una relación contractual muy suculenta desde 2016: la línea de zapatillas deportivas Yeezy, por la cual ingresa 200 millones de dólares al año desde 2016. Las declaraciones antisemitas de West y el desafío a la marca ( "puedo decir cosas antisemitas y Adidas no puede cortar conmigo. ¿Y ahora, qué?") han sido el detonante de un despido fulminante. Una decisión nada sencilla para su contratador, que pierde un negocio de 3.600 millones de dólares. Como para pensárselo, ¿no?

Kanye West y Donald Trump
Kanye West y Donald Trump / XX.SS.

West defiende el odio como libertad de expresión, y por eso se ha obcecado en la teoría de la conspiración judía del control de las redes, aparte de ofrecer una entrevista al programa del ultra más ultra de FOX News, Tucker Carlson, haciendo bromas y juego de palabras con la muerte de los judíos. Una intervención televisiva demasiado fuerte incluso para los ultraconservadores de la cadena, que han eliminado trozos de la charla. También participó en un podcast, asimismo eliminado por la bestialidad de su contenido, en el que se enfrentaba a Adidas y decía que "los judíos tendrán que matarme". Y la marca ha reaccionado, finiquitando su colaboración y renunciando a los enormes ingresos que le generaban. Hay cosas que ni el dinero puede comprar, y la dignidad es una de ellas. Ni siquiera la caída del 20% del valor en bolsa les ha hecho cambiar de opinión. El veto es total y para siempre.

La propia Kim Kardashian, madre de los 4 hijos del artista, ha tenido que censurarlo públicamente. "El discurso de odio nunca es excusable. Me sumo a la comunidad judía y pido que la terrible violencia y la retórica de odio acabe inmediatamente". Es significativa esta manifestación, porque Kim huye de su ex como alma que lleva el diablo. Le ha hecho la vida imposible a partir de la separación. Pero incluso así no ha podido dejar de mojarse sobre la polémica. Lo que está claro es que Kanye dejará de ser mil millonario, el selecto club de mega-ricos en lo que se sentía un rey. A partir de ahora, un paria.

Kanye West y Kim Kardashian EuropaPress
Kanye West y Kim Kardashian / Europa Press

Dicen que la cultura de la cancelación no le hace bien a la sociedad. Disentimos. En su caso la deberían haber puesto en práctica hace mucho tiempo. Todos hubiéramos salido ganando. Adiós, Ye.