Los concursantes de 'Supervivientes' no son los mismos cuando empiezan el reality y cuando lo acaban. La mayoría de ellos y ellas sufren modificaciones en cuanto a su peso, dejándose un montón de kilos por el camino, y a su tono de piel: quien no vuelve chamuscado de Honduras es que no es de este mundo. Pero siempre hay excepciones a la norma general, claro. Y Kiko Matamoros se ha propuesto ampliar el catálogo de los efectos adversos de esta aventura. Empezamos a perder la cuenta de todo lo que le ha pasado. Y a sufrir por su futuro, qué duda cabe.
Desde que se lanzó del helicóptero su paso es un drama. Y mira que iba fuerte, retando el programa a batir el récord de altura de esta modalidad de entrada. El espacio, con buen criterio, prefirió garantizar su supervivencia a arriesgarse a perderlo a las primeras de cambio. No está en tan buena forma como presumía, ni mucho menos: quedó flotando a la deriva, incapaz de nadar hasta la plataforma instalada cerca de la costa. La cosa no mejoró ni un ápice con el paso de los días: devorado por los mosquitos y con problemas de movilidad, lesiones e impedimentos físicos diversos. Un ecce homo.
Por si con eso no tuviera bastante, empezó un show bien extraño en el que el de 'Sálvame' iba perdiendo partes de su anatomía. A veces, por decisión propia, como hacer aguas mayores en el mar, en la misma zona de baño que sus compañeros de concurso. Otras producto del sol abrasador y quizás de las infinitas operaciones de estética a las que se ha sometido a lo largo de su vida. La imagen de su oreja deshaciéndose por completo daba cosita, sobre todo si te pillaba cenando. Kiko se autodestruye. Es imparable.
Esta semana, dos sustos más. Uno durante una prueba demasiado exigente para él: lo habían enterrado en la arena y no podía salir. Imposible liberarlo, angustia total. Una situación, sin embargo, que quedó amortiguada por la soberana leche que se metió Anabel Pantoja un par de minutos después, cayendo desde una valla y aterrizando con la cabeza. No se rompió la crisma de milagro, ni un diente. No así Kiko, al que ahora llaman 'El Mellao' de Honduras. O 'El risitas', con más mala leche. Se puso a comer cangrejos por la noche y, patapam, una de las palas a hacer puñetas. Diente roto. Vaya calvario.
Tendrían que probar de envolverlo en papel de aquel de burbujitas si quieren mantenerlo entero hasta el final del concurso. Matamoros, el frágil.