La guerra de los Pantoja-Rivera no se detiene. Una guerra televisada por, prácticamente, todos los programas de T5. La 'cadena amiga' ha clavado los colmillos y no dejará escapar las presas: Isabel Pantoja y Kiko Rivera. El fin de semana nos ha ofrecido un nuevo monográfico sobre el cisma familiar, con premio gordo para el 'Viva la Vida' presentado, de forma casual, por Sandra Barneda, sustituta de la positiva en covid Emma García. El programa tiene a Irene Rosales, mujer del disc-jockey, como colaboradora habitual. Desde hace dos semanas la andaluza tiene trabajo extra, y ha petado. Rosales acabó llorando y abandonando el plató por los ataques y la retahíla de informaciones escabrosas sobre el tema, en el que ella misma es señalada por la matriarca como culpable. Fue ver las lágrimas de la Irena y, Kiko, callado desde hacía dos semanas, salió de casa poseído para defenderla. No tuvo que ir muy lejos: en la misma puerta tiene a varios periodistas haciendo guardia. Evidentemente, contactó con los enviados del mencionado espacio y pidió entrar en directo.
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Rivera "regaló" una hora de conversación en la que, aparte de intentar calmar a su mujer, volvió a noquear a la madre. Decía que la herencia de Paquirri no le importa, que lo que no quiere es que a la Panto "le pase algo y me deje un pufo". También señaló que no ha tenido ningún contacto con ella, recluida en la finca Cantora. Una finca de la que, curiosamente, salen y entran camiones de mudanzas. Sospechoso. Ahora bien, como es una guerra, hay abundantes víctimas colaterales. Una de ellas se lo ha buscado, eso sí: Ana Rosa Quintana. La "reina de las mañanas" lo humillaba porque no se había parado en la calle para responder a sus reporteros, diciéndole que su 'look' le invalidaba para hacer cualquier denuncia verosímil. El famoso pendiente en forma de anilla de lata de cerveza (o de refresco, si quieren). Una rabieta con tufo clasista que Rivera no ha olvidado. Se guardó la galleta para el final, sin decir su nombre. No hacía falta. Se entendía todo: "La forma de vestir no te da ni te quita la razón". Pam.
Quintana piensa que ella es muy creíble por cómo viste y los "arreglillos" que se hace en cara y pelo para tapar su gran complejo: las orejas. Son grandes, pero no sirven ni para oír, ni para escuchar. Solo su propia voz... y la de sus palmeros y protegidos. Así va por la vida.