Qué comen y qué no comen en palacio siempre ha sido una de las cuestiones más comentadas. Ansia popular de conocer los secretos de una nevera royal de la que, para empezar, sabemos que hay muchos alimentos vetados por la reina Letizia. No permite cualquier cosa. Solo comida saludable y ni rastro del azúcar. Tampoco de los edulcorantes, por si alguien se planteaba la alternativa. Ni sacarina ni otros inventos, siendo solo el eritritol —un endulzante natural que utilizan los deportistas con aproximadamente 0,2 kilocalorías por gramo— la opción viable.
La dieta mediterránea idónea para el núcleo duro de la estirpe luzca unas figuras de escándalo, pero estricta como pocas. Eso, como es obvio, ha condicionado demasiado la vida de Leonor y Sofía. Una forma de comer que dista de la normalidad y que, con el paso del tiempo, parece tener cada vez más fisuras. Y es que la princesa de Asturias, que ya no es ninguna niña, ni siquiera vive en casa. Primero se instalaba en Gales para estudiar el bachillerato, donde su madre todavía podía tener algo de voz y voto. Ahora, sin embargo, está centrada en su formación militar, y por mucho que la quieran vigilar, hace la suya como cualquier civil siempre que sea posible. Para muestra su visita con los compañeros cadetes al local El Tuno, cerca de la academia, que dista mucho de ser tan 'healthy' como la consorte querría. Un bar de toda la vida donde la heredera al trono habría descubierto qué comen los mortales.
Y si eso fuera ya suficiente para hacer tambalearse todo cimiento de la pirámide alimentaria de Zarzuela, que la niña ya tenga la mayoría de edad lo hace todo más complicado si es que se cree en la vigilancia permanente. Tener sangre azul o el apellido a Borbón no te priva de querer practicar la desobediencia, tan propia de la juventud. Sin llegar al extremo de Victoria Federica o Froilán, los primos más díscolos, Leonor ya tiene carta blanca en algunos aspectos. Porque no, si alguien pensaba que la comida real con autoridades del pasado 31 de octubre, día del cumpleaños y la jura de la Constitución, y la fiesta familiar privada de El Pardo eran las únicas celebraciones de los dieciocho de la nieta de Juan Carlos, ya avisamos de que va un pelín perdido. Leonor también hizo fiesta con las amigas de Zaragoza, las compañeras de la mili.
Un acontecimiento sorpresa que tenía lugar en el escenario de las pesadillas de Letizia: una hamburguesería. Concretamente en la Panzzer Grill, conocido local de la ciudad, donde todo fue muy bien y la hermana de la infanta Sofía pudo disfrutar por fin de un menú de comida basura como Dios manda. Que está bien cuidar la línea, claro está, pero no podemos olvidar que todos somos personas. Y quizás ella se había olvidado, hasta que probó 'La Panzzer', una hamburguesa de ternera de 200 gramos con mil y un toppings antifitness. Cebolla caramelizada, panceta, queso cheddar y camembert y una salsa de aquellas que chorrean por las manos. Lo hacía saber el propio local a través de las redes sociales con una imagen tentadora del plato con el texto: "La princesa Leonor, acompañada de unas amistadas, decidió celebrar en nuestro establecimiento su 18 cumpleaños y nos llena de alegría. Agradecemos de corazón su simpatía, cercanía y discreción y estamos muy orgullosos de haberla podido acompañar en un día tan especial".
Para tranquilidad de la reina, si es que ya ha conseguido recuperarse del disgusto, la hija apostó por acompañar la bomba con agua. Terror otra vez, sin embargo, con los postres. Y es que si bien sabemos que Leonor es asidua a apostar por las frutas para cerrar comidas, un salto paradigmático tan significativo como este merecía un dulce a la altura. Galleta con triple chocolate, con helado de avellanas y chocolate a la taza. Ni eritritol ni otros inventos. Azúcar, azúcar y más azúcar.
El fin de una era y el comienzo de otra. La de Leonor haciendo lo que le rota, empezado por aquello que ingiere, mientras Letizia tiene que hacer frente al síndrome del nido vacío y una independencia incipiente de la pequeña menos pequeña de la casa.