Hace mucho tiempo que el ciudadano José María Sanz Beltrán abandonó voluntariamente su existencia corpórea, ascendiendo al Olimpo convertido en Loquillo. Una especie de semidiós con tupé desfasado y opiniones reaccionarias. A punto de llegar a los 60 años sigue jugando el papel de enfant terrible, pero si alguien le presta atención es sencillamente por despreciar, meter la pata y quedar retratado. No importa el tema que trate el de El Clot: independencia, libertad de expresión, Rosalia, política. Siempre va cojo del mismo pie.
Loquillo se ha superado tratando un tema delicado como la muerte de un músico muy respetado y querido: Pau Donés. El de Jarabe de Palo siempre será recordado por su gran carrera artística y la enorme humanidad que ha demostrado hasta el último día de su existencia. Las muestras de afecto y recuerdo han inundado las redes sociales, y todo el mundo coincidía en destacar estas cualidades. Todo el mundo menos Loquillo, que pasa el día mirándose el ombligo. Su pésame es irritante, ególatra y penoso: sólo habla de sí mismo. Un despropósito nada inocente: "Recuerdo la primera vez que conocí a Pau Donés. Guardaba un autógrafo mío que le había firmado yo cuando aún no se dedicaba a la música." Los internautas están indignados: "yo, mi, me, conmigo".
Estábamos muy equivocados: el mundo no gira alrededor del sol. El epicentro de todo es Loquillo. Y punto.