Mario Vargas Llosa continúa hospitalizado en Madrid tras haberse contagiado de la covid. Su estado de salud es un misterio; de momento lo único que se sabe es gracias al tuit que su hijo, Álvaro, hizo durante la jornada del lunes para desmentir los rumores en torno a la figura del escritor. Un comunicado breve, sin ningún tipo de información sobre su situación y que incidía de manera categórica en una exigencia: respeto a la familia. Una posición comprensible pero exagerada. Y lo que ha pasado esta mañana en las calles de la capital de España así lo corrobora.
El Nobel peruano es una figura pública de primer orden. Lo es por su faceta literaria, pero también como opinador político, conferenciante y personaje de la crónica rosa. Sí, este último aspecto no le hace nada de ilusión, pero ahora es tarde para quejarse. No te lías y te separas de mala manera de Isabel Preysler si quieres que te traten como a un anónimo. No se puede hacer una tortilla sin romper los huevos, vaya. Los que peor llevan la fama de Mario son sus hijos y, especialmente, su exmujer Patricia Losa. Bueno, ex. Una ex recuperada, vuelven a ser una familia unida después del huracán Preysler. Patricia ve una cámara y un micrófono y pierde los estribos.
Patricia Losa, experta en numeritos en público
La señora es aficionada a los numeritos, lo hemos visto en diferentes situaciones. Algunas con violencia y mala educación descarada, y otras de pasotismo extremo. En esta categoría gana por goleada la cabezada que se pegó mientras el escritor pronunciaba el discurso solemne de ingreso en la Academia Francesa, con Juan Carlos de Borbón y su hija Cristina entre el público asistente y miles de francófonos e intelectuales viendo la retransmisión por televisión. Sublime. Pues bien, ahora tenemos un nuevo hit en su currículum, acaba de salir caliente del horno. Se ha producido mientras periodistas de agencia se interesaban por la salud de Vargas Llosa. No ha dicho palabra, pero vaya espectáculo. Espeluznante.
Niñas de parapeto, cara de mala leche y un último recurso desesperado. Show en Madrid
La señora ha utilizado escudos humanos. Así de claro. Dos o tres nietas le hacían de parapeto, de barricada, de defensa antipersona. Las niñas iban hablando por teléfono mientras Patricia las guiaba con las manos, colocándolas ante el objetivo. Las criaturas se tronchaban de risa, no lo podían evitar. Un semblante que contrastaba con el rictus de mala leche de la abuela, que mordía con la mirada. Hay un momento de tensión extrema, cuando se da cuenta de que las adolescentes no cumplen su tarea de manera eficiente. Saca una chaqueta (con el calor que hace en Madrid) de la nada y la pone entre las cabezas de las criaturas. No sirve de nada, sin embargo. ¿Numerito? No, numerazo.
Haz click en la imagen para ver la secuencia:
Sería más fácil decir, "todo bien, gracias", y marcharse discretamente. Pero va a ser que no. Está en su derecho, claro, pero... qué show.