En el Olimpo de las letras universales, Mario Vargas Llosa brilló con luz propia. Pero detrás del aura del Nobel, del intelectual refinado y del icono del Boom Latinoamericano, se escondía un hombre que vivió el amor con la misma intensidad —y a veces, la misma irreverencia— con la que escribía. Sus romances no fueron simples anécdotas de alcoba, sino auténticos terremotos emocionales que marcaron su vida y la de quienes lo rodearon.
Casado durante cinco décadas con su prima Patricia Llosa —madre de sus tres hijos—, el autor peruano no fue precisamente un ejemplo de fidelidad. De hecho, se le atribuyen al menos siete infidelidades documentadas, siendo la última y más sonada la que protagonizó con la socialité Isabel Preysler. Pero lo que pocos sabían es que ese affaire, que duró casi ocho años, terminó con un gesto inesperado: el regreso de Vargas Llosa a los brazos de su esposa de toda la vida.
Vargas Llosa y su patrón de infidelidad: un genio literario con corazón errante
Fuentes cercanas a la familia han confirmado lo que por años fue un secreto a voces: Mario siempre fue infiel por naturaleza. No por descuido ni accidente, sino por impulso, por un deseo casi irrefrenable de conquistar, de vivir nuevas emociones. Una fuente confidencial reveló a Vanitatis lo siguiente: “Él ya se había ido con otras antes, unas 7 u 8 veces. Patricia lo aceptaba. Pero esta vez ha sido demasiado tiempo, casi 8 años. En realidad no sorprende que su familia vuelva a acogerle. Él es el punto cumbre de la misma, le quieren con sus contradicciones. Siempre ha sido un mimado y así seguirá. Le han tenido siempre por el genio que es y van a velar porque pase a la historia como merece, por su talento y no por sus tropelías amorosas".
La relación con Isabel Preysler fue diferente, más duradera, más pública… y también más polémica. La alta sociedad europea la convirtió en tema de portada, pero según la familia Llosa, en Perú pocos conocían o les importaba quién era Isabel. Cuando la llama se apagó, el autor, ya anciano y deteriorado, pidió volver a casa. Patricia lo recibió. Sus hijos lo aceptaron. Y el clan cerró filas para proteger el legado del patriarca, borrando discretamente a la celebridad de la ecuación.
La exclusión de Isabel Preysler: un adiós sin espacio para la última amante
Tras la muerte de Vargas Llosa, ocurrida el pasado 13 de abril, la familia impuso un férreo cerco de silencio. El velorio, lejos de los focos y del ruido mediático, se realizó en la intimidad de su hogar, sin rastro de Preysler. La decisión fue clara: proteger la figura del literato, no el escándalo de sus pasiones. “Hemos acordado llevar este duelo en la intimidad. Por ello, hemos decidido velar a mi padre en casa y no en un lugar público y vamos a rogarles que respeten esa privacidad”, afirmaron sus hijos. Por eso, Isabel fue excluida del último adiós. Nada de comunicados, flores o visitas oficiales.
La despedida fue privada, discreta… y definitiva. Incluso la cremación del cuerpo fue organizada con una precisión quirúrgica para evitar filtraciones o encuentros incómodos. Vargas Llosa quiso ser recordado por sus novelas, no por sus romances. Pero es imposible, a veces, separar al autor del hombre. Y el hombre, en su complejidad, vivió atrapado entre la genialidad y la debilidad, entre la tinta y las pasiones.