Del cuento de hadas a la crónica escatológica y final de novela de terror. Mario Vargas Llosa no ha podido escapar a su naturaleza de gran literato en su romance malogrado con Isabel Preysler. La filipina y el peruano han acabado fatal, aunque este desenlace era más que previsible. Señales no han faltado, sobre todo con aquellas fotos del escritor en chándal accediendo a su piso de soltero en el centro de Madrid, lejos de la mansión de la madre de Tamara Falcó en la urbanización Puerta de Hierro. Estaban separados de facto, pero verse en las revistas y la prensa en general los cogió a contrapié, no estaban preparados para la tormenta. Y tendieron un pequeño puente basado en el interés: Vargas Llosa necesitaba a su pareja famosísima para que lucieran sus compromisos laborales; Preysler porque quería controlar los tempos del cuore, es la reina. Bien, y porque Mario le daba pena. Dejarle con 86 años le parecía inhumano.
La solución de emergencia no detuvo la hemorragia y aquel amor de "pichula" pero sin relaciones sexuales, pleno de ventosidades y reproches, acabó floreciéndose. E Isabel acabó por tirarlo al contenedor correspondiente: el de la basura. Con la relación muerta y enterrada ha empezado un show interminable de revelación de secretos íntimos, y no solo los que Mario escribió en el relato corto 'Los vientos'. Corto pero demoledor: se reía de su novia y de la hija marquesa, dibujándolas de frívolas, de personas solo preocupadas por las cremitas y los productos de belleza, incluso mofándose del currículum de Tamara. Lo mejor de todo: que lo escribió en 2020, es decir, que la cosa viene de lejos. Así las cosas, parecería que Vargas Llosa ha vivido un infierno, que era prisionero contra su voluntad. Y no. No es así. De hecho vivía a cuerpo a un rey, "como Carlos III de Inglaterra", lo definen así en el diario ABC.
El curioso calvario de Vargas Llosa: mayordomo, cocinero, platos de cuchara y prohibiciones en la despensa
La periodista Pilar Vidal dedica varias piezas a la pareja, y el Nobel peruano y próximo miembro de la Academia Francesa (Juan Carlos y Cristina de Borbón han sido invitados expresamente a la ceremonia) no sale bien parado. Algunos pasajes son para bajar la cabeza, como el método que utilizó para acercarse a Isabel, o el comportamiento hacia su esposa, Patricia: le fue infiel muchas veces, incluso con la mujer de su cuñado. Pero hay otros elementos que permiten conocer los hábitos caseros de Vargas Llosa y aproximarnos a aquel supuesto calvario. Una jaula de oro en la que todas sus manías quedaban satisfechas. Desde disfrutar de un mayordomo que incluso lo vestía, a hacer desaparecer frutas y frutos de la despensa. Prohibidos los alimentos con huesos o pepitas, hasta las aceitunas. Fuera, menos la papaya, cuidadosamente tratada para evitarle sustos y malestar. En cambio, el cocinero que tenía permanentemente a su disposición siempre estaba preparado para apañarle unos huevos fritos o unas lentejas con sus sacramentos, platos por los cuales ma-ta-ba, como Belén Esteban. Por no hablar del bizcocho con helado o su desayuno habitual: yogur, muesli, zumo de naranja recién exprimido... un hotel de 5 estrellas.
Obsesión por su peso y por un ritual que cada noche exigía a Isabel Preysler
Con esta dieta Mario corría riesgos: podía engordar. Y a pesar de lo que escribía sobre los cuidados corporales de Isabel, también estaba obsesionado por su forma física, por lucir bien. De hecho lo conocen mucho en un centro muy elitista de estética de Marbella, que visita para eliminar excesos. "Un esclavo de la imagen", dice la autora. Cremas faciales a diario, champúes y fijadores especiales, peluqueros de confianza, pedicura y manicura cada sábado... De todo. No es tan diferente a la Preysler, a la que no soportaba pero a la que obligaba a repetir cada noche, antes de dormir, un ritual: "Que fuese a arroparle y le diese un beso en la cama cada día, ya con la luz apagada". Después cada uno hacía su vida, cosa que le molestaba profundamente. Y por aquí se rompió la cuerda. Una de terciopelo con acabados de oro, pero que no ha soportado su peso.
Mario Vargas Llosa, un reyezuelo destronado. A ver quién lo viste, le hace lentejas con chorizo y le canta las nanas. No serán ni la Preysler, ni el chef, ni el mayordomo.