Lo que parecía ser un cuento de hadas entre la socialité más famosa de España y el Premio Nobel de Literatura, terminó convirtiéndose en un espinoso laberinto de inseguridades, reproches y celos que rozaban la paranoia. Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa protagonizaron durante ocho años una de las relaciones más comentadas del panorama social, pero también una de las más intensamente tormentosas. Y aunque ambos trataron de mantener una imagen serena de su vida en común, las filtraciones recientes revelan un infierno doméstico que pocos se habrían atrevido a imaginar.

Desde el principio, hubo señales. Amigos cercanos al escritor aseguran que el autor de “La fiesta del Chivo” vivía obsesionado con tener el control emocional y físico de Isabel, quien, para su desgracia, jamás renunció a su vida pública ni a su magnetismo social. Según testimonios recogidos por la periodista Pilar Eyre, cada evento social, cada sonrisa, cada conversación de Isabel con otros hombres era interpretada por Mario como una amenaza directa a su virilidad y a su posición dentro de la pareja.

Reproches, humillaciones y un amor posesivo

Detrás de las paredes de la mansión de Puerta de Hierro, la escena se repetía constantemente. Mario acompañaba a Isabel a sus actos públicos, pero lo que parecía ser apoyo, pronto se convertía en un desfile de críticas, interrogatorios y acusaciones sin fundamento. “¿Por qué saludaste así a ese hombre?”, “¿Para qué me traes si ni siquiera me miras?”, “No entiendo qué hago aquí si solo hablas con otros”, son algunas de las frases que, según allegados, el escritor repetía sin cesar, sumido en una inseguridad galopante disfrazada de preguntas cotidianas.

Mientras tanto, Isabel trataba de sostener la fachada con su eterna sonrisa diplomática, pero sus gestos ya no brillaban igual. Siempre libre y cosmopolita, la madre de Tamara Falcó vivía asfixiada por el carácter cambiante de un hombre que no soportaba no ser el centro de su mundo. Y cuando llegó la Navidad —aquella que ella decidió pasar con sus hijos en Estados Unidos— el castillo de naipes colapsó.

La decisión inesperada: Isabel Preysler cerró el capítulo de su relación con Mario Vargas Llosa

Aquel diciembre marcó un punto de inflexión. Vargas Llosa, herido en su orgullo, se sintió desplazado por los propios hijos de Isabel, una ofensa que no logró perdonar. Fue entonces cuando comenzaron los silencios tensos, las ausencias calculadas y los desplantes públicos. El escritor no aceptó el rol secundario que el entorno de Preysler le imponía, y el desgaste emocional fue irreversible.

Lejos de ser él quien pusiera fin a la relación, como posteriormente intentó vender en entrevistas, la decisión fue de ella. Cansada de vivir con un hombre que exigía exclusividad emocional por encima de todo, Isabel cerró el capítulo. Pero no sin consecuencias: Mario se sumió en una melancolía profunda, dejó de escribir en prensa y se retiró progresivamente de la vida pública. Su última obra, irónicamente titulada Te dedico mi silencio, fue interpretada por muchos como una despedida simbólica a la mujer que nunca logró poseer del todo.

Hoy, con la muerte reciente del escritor, la historia revive con una intensidad inesperada. Las revelaciones de Pilar Eyre y otros cronistas del corazón destapan un relato donde el amor fue más bien una obsesión disfrazada de romanticismo, una historia donde el celoso no era un adolescente inmaduro, sino un intelectual de talla mundial, cuya inseguridad fue tan notoria como su genialidad literaria.