La segunda parte de la entrevista de Jordi Évole a Miguel Bosé no decepcionó a los espectadores. Después de un primer acto de cariz más personal, llegaba el turno de la gran polémica que rodea al cantante: su postura negacionista y conspiranoica sobre la pandemia del coronavirus. Se entiende que Évole dedicara todo un programa al tema: resumir tanta burrada en un fragmento de 3-4 minutos es misión imposible. Tan imposible como empatizar con Bosé. Es la clara definición de un iluminado, en el peor sentido de la palabra, claro está. Aunque sería más adecuado llamarle 'cuñao'. Famoso, rico y lo que quieras, pero 'cuñao-cuñao'. Un hombre que se siente poseedor de la verdad absoluta, descubierta a través de leer blogs y páginas de Internet, capaz de decir una tontería y la contraria según sople el viento, y, especialmente, un cobarde con ínfulas que se pone muy gallito con su verborrea, pero al que tiemblan las piernas cuando le ofreces confrontar su discurso con el de alguien realmente preparado. Lo tiene todo, Bosé. Menos voz y juicio, del resto va sobrado. Como siempre.
El mejor ejemplo para entender quién es este Bosé es un fragmento lleno de gestos, muecas y barbaridades, tratando de quedar por encima del entrevistador. Évole, que le estima, intentaba que se tapara un poco, pero nada más lejos de la realidad. De hecho, hace tiempo que Miguel vive dos o tres planetas más allá del mundo real. "¿Qué respeto tengo que tener yo a esta mierda y a estos mierdas?", gritaba, mientras se reía de los millones de muertes por coronavirus, a la que no considera ni siquiera una epidemia. Tampoco cree en las vacunas, claro, a pesar de haberlas defendido en el pasado en la lucha contra el SIDA, de la que ha sido siempre un célebre activista. Ahora bien, para rechazar la existencia de la covid, actúa de forma muy hipócrita: Jordi lo volvió a desenmascarar relatando los protocolos de seguridad que exigió el equipo del artista para llevar a cabo la entrevista. O su ridícula explicación de por qué no fue a las manifestaciones negacionistas después de animarlas y asegurar su presencia. Un tramposo, vaya. En casa, la audiencia alucinaba con el show, y muchos, miles, pensaban lo mismo: este hombre ha enloquecido. Y da pena. Mucha pena. Por ejemplo, a Jordi Basté, que seguía el espacio con interés y vergüenza ajena. El de RAC1 y TV3, estremecido: "Está como una cabra. Me espero al momento que Bosé se pondrá el embudo en la cabeza. Fuera de coñas: cuánta pena me da con el talento musical que ha tenido".
Quizás el problema es este: pensar que un un sabelotodo de todo a cien ha de ser referente social por tener talento musical. Escupir huesos de oliva también puede ser un arte, pero no por eso tomamos a Teo García Egea, presidente del PP, como un intelectual al que hacer caso, ¿verdad? Pues eso. 'Papito', a dormir, va.