Oriol Mitjà, todos lo sabemos, es epidemiólogo. Uno de los más activos y mediáticos durante la pandemia, objeto de crítica y maniobras diversas para desacreditarlo por intereses políticos. Él, sin embargo, no es ni más ni menos que un médico que lucha por cuidar y salvar vidas. Desgraciadamente hay epidemias que ni toda su sabiduría no puede erradicar: la del barbarismo humano, la sed de sangre y la brutalidad. Tres características que dominan uno de los escándalos más vergonzantes de la España más tradicional, representada en su obsesión por la caza. Los 16 carniceros que han aniquilado a 540 ciervos y jabalíes en Portugal, exhibiéndose como héroes cinegéticos en redes, cuando no son más que enfermos y maltratadores de animales.
La indignación está enturbiando una jornada, la del 24 de diciembre, Nochebuena. Es imposible que no se te remuevan las entrañas viendo las imágenes de la masacre, mientras sus autores materiales sonríen a cámara para la posteridad. La locutora de Onda Cero, Julia Otero, los ha definido con dureza, "tristeza y asco por unos indeseables", pero Mitjà va mucho más allá y descarga su furia como pocas veces viendo una de las instantáneas de la vergüenza: "16 Analfabetos, Despiadados y Asesinos", una gentuza que mata por diversión y un orgullo que nunca podremos ni compartir, ni respetar. Matarifes crueles que, en este estado español, están más protegidos que las propias criaturas a las que roban la vida.
Ni tratamientos, ni vacunas, ni ningún milagro de la ciencia salvará a estos salvajes. Sólo la denuncia y la justicia, si es que los que la tienen que dictar finalmente en el Tribunal Supremo no son también asiduos a las monterías. Que desgraciadamente, algo nos dice que es así.