Pablo Motos no es el señor que presentó la última emisión de El Hormiguero. No se engañen. Motos no es así. Si lo vieron en Antena 3 después de romperse el hombro y pasar el fin de semana recuperándose de la operación en el hospital, que sepan que se trataba de una reconstrucción minuciosa por parte del equipo de maquillaje y caracterización de la cadena. Más caracterización que otra cosa, la verdad. El valenciano era todo buen rollo en la tele, donde agradecía las muestras de apoyo. También los memes, que se han multiplicado desde el famoso vídeo anestesiado al salir de quirófano. La grabación ya nos permitía comprobar que entre ambos Motos, el televisivo y el real, hay una diferencia sustancial. De acuerdo, podría tratarse del mal trago de la intervención y los sedantes, nada favorecedores para el cutis. Pero no hemos tardado en confirmar una vieja teoría...
Efectivamente: el auténtico Pablo Motos es de color rosa, muy rosa. Y no es tampoco producto del esfuerzo en sus sesiones de yoga, que lo convierten en un camaleón bípedo. Es así, tiene esta tonalidad, y después pasa por la sección de pintura del programa. Pintura de barco, evidentemente, que le confiere el anaranjado del género humano y, además, tapa los surcos de su cara, que no son pocos ni poco profundos. Cuando sonríe, da miedo. Parece que más que divertirse, sufre un dolor ignoto pero agudo. El mensaje que envía, el en lo referente a su recuperación, queda en un segundo o tercer plano.
Dicen que la tele engorda, que si te hace más alto, etcétera. En el caso de Motos, le hace parecer humano. Vaya crack.