Rafa Nadal ya no es un tenista como tal: ahora es un extenista que se resiste a colgar la raqueta. El físico ha abandonado completamente a la leyenda de Manacor. Su vuelta está siendo, deportivamente, desastrosa. Ahora bien, está aprovechando la ocasión para despedirse del circuito, de las pistas y de las aficiones de todo el mundo, recibiendo homenajes a diestro y siniestro. Nos parece perfecto, aunque haría bien en decir basta y pasar página. Oficialmente y de manera definitiva, no a escondidas cómo hasta ahora. Porque con la excusa de la competición, va colando goles aquí y allá. El primero a su mujer, Xisca, a la que deja colgada con la crianza de su hijo. Y después está el tema de Nadal, el empresario. Un niño consentido del establishment, todo lo que hace está bien. Pues no. Ni mucho menos.
Rafa, que se ha hinchado a ganar millones a lo largo de su vida, no está dispuesto a perder ni un solo céntimo cuando ponga fin a su carrera. Por eso ha aceptado el cargo de embajador de la Federación de Tenis de Arabia Saudí, país donde la democracia es una ilusión, el machismo religión y las libertades individuales, una quimera. Como los árabes no son tan diferentes de su pensamiento reaccionario y son asquerosamente ricos por el petróleo que acelera la destrucción del planeta, adelante. Nadal no le dice que no en un buen saco de petrodólares. Sin embargo, no es la única vía de ingresos que explota. También se ha hecho empresario hotelero, de la mano de una potente marca del mercado. El pasado verano abría el primer hotel en Palmanova, y el próximo 15 de junio cortará la cinta inaugural de un nuevo establecimiento en Catalunya. En la bellísima Tossa de Mar, en la Costa Brava. Allí ya están temblando por su llegada.
La prensa pronadal, que es casi toda, hace días que hace la croqueta alabando las virtudes de un hotel de lujo instalado en la Cala Giverola, una de las más bonitas de la localidad de La Selva. Ni la firma ni Navidad lo han construido, solo han reformado sus instalaciones. El problema, y el miedo de los vecinos de Tossa, es que las intenciones son las de efectuar una ampliación. Una posibilidad que, según fuentes consultadas por EN Blau entre los habitantes de la villa, significará "la ruina". El valor paisajístico y natural de la zona quedará a expensas de los intereses económicos de unos pocos, con Nadal como gran referente. Pues no, de ninguna de las maneras: ni Rafa, ni gaitas: la cala no se toca.
La empresa dice que "respeta el entorno del hotel" y su singularidad geográfica, pero en esta vida es difícil hacer una tortilla sin romper los huevos. Ya fue bastante salvaje la edificación del complejo original, en tiempo de la dictadura, y el objetivo de ofrecer 214 habitaciones, restaurantes e instalaciones deportivas hace pensar que el ecosistema único del lugar quedará afectado por excavadoras, cemento y la acción salvaje del hombre. No se podría dedicar a la filantropía después de haber escrito su nombre con letras de oro en los libros de historia del deporte, no. Quiere cubrirse completamente de este metal precioso. ¿Cómo era eso? ¿Don Rafael Nadal Parera, verdad? Tan pobre que solo tenía dinero.